Hacer la guerra
Abstract
La decisión de hacer frente a las perversas iniciativas de un depurador étnico no es tarea fácil para las democracias. No por el hecho de que en un determinado caso una intervención armada y determinada pueda levantar objeciones decisivas acerca de la legitimidad o su necesidad. Pero hacer la guerra implica colocarse en el mismo terreno de aquel a quien se combate y renunciar, al menos de modo provisional, al lenguaje del reconocimiento y de la civilidad que es el de la razón, el del intercambio, el de la política. Hacer la guerra implica infligir al enemigo, para obligarle a ceder y plegarse, una violencia igual o incluso mayor que la que el enemigo impone a sus víctimas. Por decirlo brevemente, implica coincidir con el enemigo en la violencia, que inicialmente era suya, esperando poder romperla para hacerla desaparecer como forma de mediación y relación entre los hombres. Para las democracias hacer la guerra es aceptar en definitiva que la interrogación es inseparable de la decisión y que, por paradójico que pueda parecer, la crítica de las armas acompaña al recurso de las armas.
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