La experiencia del viaje atraviesa las migraciones desde sus inicios. Sin embargo, en el campo de los estudios migratorios en América Latina pocos trabajos han puesto el foco en los significados que los viajes adoptan para las generaciones más jóvenes. Este escrito se basa en los resultados del trabajo etnográfico de dos investigaciones llevadas a cabo en Argentina, específicamente en el Gran Buenos Aires1 y en la ciudad de Córdoba2 entre 2017 y 2019. Partiendo del hallazgo de que muchos de los y las jóvenes3 con familias que han migrado desde Bolivia, y que residen actualmente en dichas provincias, han realizado múltiples desplazamientos y al referirse a su trayecto lo hacen a partir del término “viaje”.
Este artículo aborda la pregunta acerca de los modos específicos en que los jóvenes que forman parte de familias migrantes habitan y conciben los territorios. Retoma análisis previos acerca de las experiencias territoriales de las familias (Hendel y Novaro, 2019; Hendel, 2021) y de las múltiples experiencias escolares de los y las jóvenes (Maggi y Hendel, 2019) y tiene por objetivo central recuperar las experiencias de movilidad mediante las cuales estos jóvenes reconstruyen sus desplazamientos. A modo de hipótesis podemos señalar que al abordar los desplazamientos desde la noción de “viajes”, que emerge de nuestro trabajo de campo como una categoría nativa, se abre un abanico de itinerarios que la estricta “trayectoria migratoria” suele dejar de lado. En este sentido, los viajes y las experiencias de los territorios de las jóvenes generaciones pueden constituir una puerta de entrada clave para aproximarnos a las subjetividades de los jóvenes que forman parte de familias migrantes desde una perspectiva generacional.
En los siguientes apartados, se desarrollarán las referencias teóricas que nos permiten pensar los cruces entre territorio, viajes, movilidades, migraciones y generación en el campo de los estudios migratorios y la metodología utilizada. Luego expondremos las trayectorias migratorias de los y las jóvenes contextualizando históricamente las movilidades bolivianas hacia la Argentina, dando cuenta de las características de los desplazamientos sucesivos que atraviesan sus biografías. Seguidamente presentaremos los hallazgos ordenados en tres subapartados que abordarán las experiencias de movilidad desde diferentes dimensiones: el movimiento mismo que supone la acción de viajar; los sentidos que adopta el “allá” como territorio narrado/olvidado/inventado; y sus resignificaciones en los viajes de visita. Por último, se concluye con una serie de reflexiones finales.
Durante mucho tiempo, los estudios migratorios y los estudios sobre movilidad han transitado caminos separados, creando sus propios debates y convenciones (Heil et al., 2017; Hendel, 2021). En los últimos años, el enriquecimiento mutuo, en términos teóricos y metodológicos, ha sido relevante para complejizar la forma en que concebimos los procesos migratorios, enriqueciendo el abordaje de temáticas como la que nos convoca en este artículo. En este sentido, si bien las trayectorias migratorias son una herramienta privilegiada para elaborar un modelo analítico de las movilidades a partir de las narrativas biográficas que ubican en el espacio y tiempo las propias experiencias vividas durante las etapas del ciclo de vida (Freidenberg y Sassone, 2018, p. 66), ponen el acento en la radicación residencial. Por eso aquí proponemos construir una lectura complementaria que permita abordar diferentes y múltiples formas de movilidad al interior de una misma trayectoria migratoria.
La experiencia del territorio, una de las categorías centrales de este escrito, ha sido construida a la luz del trabajo etnográfico que venimos desarrollando, en diálogo con aquellos estudios que señalan que la relación que los migrantes (y no migrantes) entablan con su(s) territorio(s) permite entenderlo como un elemento clave en la construcción del sentido que ellos le dan al mundo que habitan (Lazo, 2012; Reyes Tovar y Martínez Ruiz, 2015). En trabajos previos hemos abordado el modo en que los migrantes bolivianos y sus descendientes experimentan la relación con el país de origen (el espacio dejado); en particular, nos hemos centrado en la movilidad entre “acá” y “allá” y en cómo esta atraviesa las relaciones generacionales y se traduce en proyectos colectivos. También hemos atendido a las representaciones sobre el espacio habitado en contextos comunitarios y escolares (Hendel y Novaro, 2019).
Este escrito parte del hallazgo de haber identificado que las trayectorias de los jóvenes están atravesadas por múltiples experiencias de movilidad y que la categoría que emerge en sus narrativas para remitirse a los desplazamientos entre territorios es la de “viajes”. Categoría nativa que no solo da cuenta de las movilidades con proyección de permanencia que pudimos revelar al reconstruir trayectorias migratorias, sino también de las visitas a familiares por motivos urgentes, así como los viajes de vacaciones.
Si bien en el campo de los estudios migratorios diversos enfoques han intentado abordar la complejidad y heterogeneidad creciente de las migraciones contemporáneas (Portes, 2003; Glick Schiller, 2005; Glick Schiller y Salazar, 2013), en este caso nos interesa retomar un debate que reconfiguró las formas de pensar los desplazamientos y territorios: aquel que tuvo lugar a partir del siglo XXI, con el denominado giro hacia las movilidades. Dicho giro epistemológico pone en el centro de la discusión la experiencia de movilidad espacial y social del sujeto e incluye tanto diversas escalas temporales como aquello que se moviliza junto a las personas (Urry, 2007; Rivera Sánchez, 2012). Al pensar los procesos migratorios en términos de movilidad, se ponen en relación origen(es) y destino(s) considerando duración, frecuencia, intensidad y motivaciones. A la luz de este paradigma adquieren una relevancia especial “las rutas y los itinerarios del viaje de llegada al país de destino o de regreso, incluyendo la duración del cruce de la frontera, las etapas de ciclo de vida y los ciclos migratorios” (Freidenberg y Sassone 2018, p. 49).
Lejos de cualquier tipo de idealización moderna, el paradigma de las movilidades cuestiona las narrativas culturales que vinculan la movilidad con la libertad (Sheller y Urry, 2018). Siguiendo a Mendiola (2012), nos interesa:
[...] despojar a la movilidad de esa ideación utópica propia del viejo imaginario moderno (que en su ensalzamiento del progreso no dejaba de elogiar ideas concomitantes como la velocidad y el cambio) para atender a las prácticas concretas de movilidad en lo que tienen de formas de habitar y dar forma a los espacios. (p. 435)
Recuperando también la conceptualización de la movilidad que aportan los estudios migratorios desde el marco interpretativo del régimen global de movilidades, según el cual la movilidad se define en una relación de interdependencia con las formas de inmovilidad organizadas en un ordenamiento global jerarquizado (Glick Schiller y Salazar, 2013). En este sentido Rivera Sánchez (2015) plantea lo siguiente:
Se reconoce así cierto nivel de agencia de los actores, no obstante los constreñimientos sociohistóricos, los mecanismos de clasificación social y los dispositivos institucionales de regulación de la movilidad humana, que se manifiestan como parte de los efectos de las políticas de securitización de los Estados nacionales y sus consecuentes lógicas de fronterización, constatables empíricamente en las localidades, y no solo en los espacios localizados en las fronteras estatales y/o geográficas, cuya expresión se ha vuelto característica de esta etapa de la globalización. (p. 59)4
En el mismo sentido, Domenech (2020) plantea que los estudios críticos de la migración y las fronteras parten del concepto de “régimen” porque remite a un espacio de conflicto, negociación y contestación por el control del movimiento y que “las políticas de migración se constituyeron y constituyen en torno a la tensión entre el control y la libertad de movimiento en marcos nacionales específicos inscriptos en procesos de regulación internacional de la movilidad” (p. 4).
Retomando estas consideraciones que aluden a los viajes en tanto movilidades, a lo largo del trabajo desarrollaremos la distinción analítica que construimos entre “viajes umbrales”, “viajes sucesivos” y “viajes de visitas” para abordar la heterogeneidad de movilidades y, a su vez, reconocer la diversidad de jóvenes que nuestro universo de investigación agrupa. Brevemente adelantamos aquí que los “viajes umbrales” permiten recuperar los viajes iniciales entre Bolivia y Argentina, en tanto punto de quiebre que marca un antes y un después en la trayectoria de vida de estos jóvenes. Aquí nos detendremos en cómo las experiencias de los territorios están mediadas por el recuerdo, la narración, el invento o el olvido. Luego, profundizaremos en cómo las experiencias de los territorios vinculadas a los “viajes sucesivos” y a los “viajes de visita”, habilitan la reconstrucción de los itinerarios de desplazamiento, lejos de toda romantización y dejando entrever las resignificaciones que los y las jóvenes, desde el movimiento, realizan del territorio de referencia en tanto mandato familiar.
En este escrito, entendemos que las formas de experimentar múltiples territorios no pueden quedar relegadas en el campo de los estudios migratorios si pretendemos comprender las formas en que los jóvenes despliegan sus procesos de identificación y experimentan el proyecto migratorio familiar. Es en este sentido que la reconstrucción de las experiencias de los territorios y específicamente de los viajes constituyen, a nuestro entender, una puerta de entrada clave para aproximarnos a las subjetividades de los jóvenes que forman parte de familias migrantes. Cabe señalar que la diversidad de experiencias de movilidad con las que nos encontramos en los contextos ya mencionados, nos obligó a repensar la categoría más tradicional de “migración” y a ponerla en diálogo con algunos aportes teóricos y metodológicos de los estudios de la movilidad que abordan la misma desde un enfoque etnográfico (Heil et al., 2017). Estos trabajos nos ayudaron a cuestionar el material etnográfico más allá de nuestras preguntas de investigación iniciales y nos impulsaron a realizar un replanteo y ampliación de la categoría de “proceso migratorio” que nos permitiera ir más allá de la relocalización (limitada temporalmente) entre el país de origen y de destino teniendo en cuenta patrones intergeneracionales de in/movilidad y una aproximación más cercana a las tradiciones familiares de migración (Camenisch y Müller, 2017); y a pensar la experiencia del viaje como una forma de habitar en el movimiento (Sheller y Urry, 2006).
Por otra parte, asumimos el desafío de pensar esta problemática desde una perspectiva generacional, partiendo de la premisa de que aquello que configura una generación no responde a parámetros biológicos, sino biográficos en tanto se comparten experiencias sociopolíticas comunes (Mannheim, 1993). En ese compartir hay dos elementos fundamentales de los cuales podría surgir el vínculo generacional entre jóvenes. En primer lugar, la presencia de hitos generacionales, es decir, de acontecimientos que rompen la continuidad histórica y marcan un antes y un después en la vida colectiva.
En segundo lugar, el hecho de que estas discontinuidades sean experimentadas por miembros de un grupo de edad en un punto formativo en el que el proceso de socialización no ha concluido, cuando los esquemas utilizados para interpretar la realidad todavía no son rígidos o cuando esas experiencias históricas son primeras impresiones o experiencias juveniles (Mannheim, 1993; Leccardi y Feixa, 2010). Por otra parte, si la noción de generación ha estado fuertemente enlazada a la de temporalidad (Leccardi y Feixa, 2010), en este escrito intentaremos poner el foco en la espacialidad al postular que la experiencia del territorio (y de la movilidad) resulta fundamental para pensar junto con los jóvenes en una clave generacional. Pensar junto con ellos supone un esfuerzo por tratar de ubicar en el centro del análisis sus experiencias y sus formas de narrarlas5.
En el campo de los estudios sobre jóvenes migrantes el hito de la migración internacional ha tendido a ser considerado como aquello que define a estos jóvenes en tanto generación, incluso cuando muchos de ellos pueden no haber migrado. “Descendientes” y “segunda generación” son dos modos de nombrarlos que aluden a formas específicas de pensar a estos sujetos en las cuales prevalece la perspectiva adulta. Diversos estudios han comenzado a poner la mirada en los jóvenes y en las formas en que ellos elaboran e inciden en las relaciones intergeneracionales y en sus formas de apropiarse de la experiencia migrante (García Borrego, 2003, 2007; Pedone, 2010; Gavazzo, 2013; Rosas, 2014; Maggi y Hendel, 2019). Teniendo en cuenta la noción de hito generacional, desarrollada por Mannheim, y la importancia otorgada a la migración transnacional por gran parte de la literatura, nos preguntamos por los modos en que los jóvenes que forman parte de familias que han migrado dan cuenta de sus viajes y sus formas de apropiarse de los territorios narrados y del proyecto migratorio familiar. Comenzaremos analizando las narrativas que se desarrollan en torno a los viajes como experiencia.
Este artículo está basado en el trabajo etnográfico desarrollado en espacios educativos y comunitarios del Gran Buenos Aires y en la ciudad de Córdoba entre 2017 y 2019. Estas investigaciones en curso nos permitieron compartir múltiples espacios y tiempos con jóvenes que forman parte de familias que migraron desde diferentes localidades de Bolivia hacia Argentina. Dicha proximidad nos posibilitó recuperar los sentidos y las prácticas que los propios jóvenes despliegan respecto de sus experiencias de movilidad.
En este marco, los estudios etnográficos constituyen un aporte singular dada su capacidad de relevar y comprender las cualidades sensoriales y experienciales de los procesos sociales en situaciones de in/movilidad (Glick Shiller, 2008). Entre los universos etnográficos que se abren a la exploración en el cruce entre etnografía y giro de las movilidades, los trabajos que abordan las relaciones intergeneracionales nos permiten pensar las interconexiones temporales de largo alcance (Heil et al., 2017). Si bien el ya clásico trabajo de Sayad (2010) establecía un análisis relacional entre las diferentes generaciones de migrantes magrebíes en Francia, al centrarnos en las experiencias de movilidad es posible comprender las diversas formas de migración que exceden un único origen y un único destino, para pensar también los itinerarios, retornos, múltiples destinos y todo aquello que se moviliza con las personas, con el acento puesto en las jóvenes generaciones.
En este caso, nos valdremos de registros de observaciones participantes6 y no participantes en contextos escolares y comunitarios, y de entrevistas biográficas realizadas a los jóvenes para reconstruir sus experiencias de movilidad. Las entrevistas biográficas fueron realizadas a 36 jóvenes de entre 12 y 26 años, 20 mujeres y 16 varones, que se encuentran actualmente residiendo en Córdoba o el Gran Buenos Aires y que han transitado parte o la totalidad de su infancia y juventud en Argentina. Esta información se complementa con el registro y análisis de documentos y datos estadísticos nacionales, provinciales y de las localidades donde trabajamos.
Argentina constituye un destino histórico de las movilidades bolivianas, caracterizándose por la fluidez de los desplazamientos humanos con posibilidad de movilidades internas a un lado y al otro de los límites nacionales (Giorgis, 2000). A partir de los censos nacionales, es posible afirmar que desde 1869 a la actualidad la población proveniente de países limítrofes ha representado, y representa actualmente, entre el 2 y 3 por ciento de la población nacional7. Tanto por su importancia histórica como por haberse transformado en los últimos tiempos en la segunda procedencia migratoria más numerosa8, las migraciones bolivianas han sido intensamente estudiadas por la academia argentina. El foco sobre este colectivo migratorio también se debe a que ser boliviano en la Argentina tiene una carga negativa que se asocia a identidades étnicas (y a otras formas de alteridad no-occidental) negadas en la construcción de la nación argentina (Briones, 2004; Caggiano, 2005), atribuyéndole “el lugar más bajo en los imaginarios de jerarquías étnicas de la Argentina” (Grimson, 2006, p. 76).
Durante el proceso de sustitución de importaciones que tuvo lugar en la Argentina a finales de la década de 1960, los migrantes bolivianos comienzan a asentarse en las periferias de los grandes centros urbanos (Buenos Aires, Córdoba y Mendoza), acompañando los desplazamientos internos que trabajadores oriundos de las provincias del norte y noreste argentino también emprenden. Dichos cambios demográficos fueron orientados por diversos factores como la mecanización de la producción agrícola, la pérdida de importancia de algunos cultivos regionales tradicionales, la industrialización de los centros urbanos y la creciente atracción que ejercía la vida en las ciudades (Grimson, 1999; Benencia, 2008). Según un informe consular boliviano de 1973, la migración boliviana procedía mayoritariamente del departamento de Cochabamba, seguida por los departamentos del Altiplano (Potosí, Chuquisaca y Oruro, en ese orden) (Cassanello, 2014, p. 63).
Además de los procesos recién mencionados, hacia finales del siglo XX creció el arribo de migrantes bolivianos. Según Hinojosa (2010), este aumento se vincula a la crisis económica que se vivió en Bolivia durante la década de 1980. Más precisamente, a partir de las políticas neoliberales que aplicó el gobierno del Movimiento Nacional Revolucionario mediante el Decreto Supremo 21060 de 1985 que dio curso a la implementación de un programa de ajuste estructural. A partir de esos años, se comienzan a configurar nuevos itinerarios con migrantes que arriban desde Bolivia directamente a ciudades como Buenos Aires y Córdoba, o de migrantes que ya residían en ciudades argentinas y que se desplazan hacia localidades del sur patagónico (Magliano y Mallimaci, 2015).
Al tratarse, en un principio, de una migración predominantemente fronteriza, la cercanía geográfica y la estacionalidad parecían explicar los procesos de retornos cíclicos a Bolivia y reemigraciones. Sin embargo, nuestro trabajo de campo en ciudades no fronterizas, que nos podrían hacer suponer proyecciones de permanencia, recupera numerosos relatos de jóvenes y sus familiares con diversos circuitos de “idas y venidas” y, en algunos casos, múltiples destinos al interior de cada país.
Al reflexionar acerca de las familias bolivianas transnacionales, Leonardo de la Torre propone la noción de retornos cíclicos, para describir la larga tradición de “idas y venidas” de la migración boliviana. En este sentido, repone que “si bien muchos de esos migrantes han afincado luego permanencia definitiva en sus respectivos puntos de destino, lo más frecuente ha sido el retorno hacia Bolivia o hacia el fermento de un nuevo ciclo migratorio, para ser más precisos” (2014, p. 128)9.
La presencia histórica de este colectivo migratorio en la Argentina y las distintas transformaciones que sus desplazamientos territoriales han ido atravesando constituyen un punto de partida necesario para el análisis de las movilidades juveniles contemporáneas. A lo largo de nuestras indagaciones, y como se puede observar en la siguiente tabla, nos hemos encontrado con un universo muy heterogéneo de jóvenes que se han movilizado por distintos territorios entre Bolivia y Argentina. Algunos de ellos han nacido “acá” y otros “allá”; algunos han migrado recientemente y otros cuentan con una permanencia prolongada en la Argentina; algunos han ido de visita sin haber residido nunca en Bolivia.
En la reconstrucción de las trayectorias migratorias de las y los jóvenes con quienes trabajamos se observa que en el caso de quienes residen en Córdoba son oriundos de los departamentos de Cochabamba, Potosí, Tarija y Chuquisaca, o bien, han nacido en Córdoba y sus alrededores (y en caso uno de los y las jóvenes en la provincia de Buenos Aires); mientras que nuestros entrevistados en Gran Buenos Aires, son mayoritariamente nacidos en la provincia de Buenos Aires o en la ciudad capital argentina, y entre quienes han nacido en Bolivia, son principalmente de la ciudad de Sucre (Departamento de Chuquisaca) y el departamento de Santa Cruz. El resto de los y las jóvenes provienen de los departamentos de La Paz, Cochabamba y Oruro.
En la tabla, los destinos de residencia van cambiando la intensidad del color del casillero (en el verde para las localidades de Bolivia y en violeta por las Argentina) para ir dando cuenta de los casos en los que se registran numerosos desplazamientos. Estos “viajes sucesivos” que muchos de los y las jóvenes realizan entre Bolivia y Argentina, pero también entre distintas provincias o departamentos de un mismo territorio nacional, así como entre localidades, barrios, etc. nos brindan elementos para comenzar a pensar el viaje como experiencia paradigmática del territorio que es posible leer en clave generacional.
Por otra parte, un aspecto central a tener en cuenta con respecto a esta tabla es que reconstruye los desplazamientos que han conllevado alguna instancia de permanencia (en muchos casos vinculada a la escolaridad), quedando invisibilizados los “viajes de visita” que pudimos reconstruir en las narrativas y que se tornan centrales para pensar los sentidos que el diacrítico “Bolivia” adoptó en esas experiencias territoriales, como ya tendremos oportunidad de trabajar.
Por último, cabe señalar que son estas experiencias de múltiples desplazamientos de la tabla gráfica, que hemos encontrado tanto en las y los jóvenes de Córdoba como de la provincia de Buenos Aires, las que nos llevaron a comenzar a pensar a las y los jóvenes como “jóvenes en movimiento” (Maggi y Hendel, 2019). Preferimos hacerlo en estos términos y no en el de “jóvenes migrantes” porque nos permite contemplar sus experiencias de movilidad y considerar tanto a quienes han nacido en Bolivia como a quienes son hijas e hijos de migrantes. En un sentido similar, Levitt y Waters (2002) optan por referirse a “generación transnacional” para pensar en simultaneo las experiencias de jóvenes que crean un complejo conjunto de prácticas propias: transnacionalizada e institucionalizada a la vez entre el terruño y en la nueva tierra de destino (Levitt y Waters 2002; Levitt, 2010). Inscriptas en el giro hacia las movilidades, aquí proponemos el término “jóvenes en movimiento”.
E: ¿Vos de qué parte de Bolivia venís?
J: Y… como que vengo de muchos viajes.
(Intercambio informal en el recreo con joven de 6.º Año nacido en Bolivia. Ciudadela - 2018)
El viaje, como experiencia en sí misma, nos permite pensar el desplazamiento desde el movimiento. Como sugiere Zunino (2018, p. 38) recuperando a Sheller y Urry (2006) moverse es una forma de habitar en movimiento, es decir, la movilidad no es el simple tiempo muerto del desplazamiento entre un punto y otro del espacio, sino un momento de experiencia donde suceden cosas susceptibles de ser analizadas socioculturalmente.
En este sentido, los “viajes sucesivos” que se despliegan a lo largo de los ciclos vitales de los y las jóvenes ponen en contacto no solo diferentes localidades de Bolivia y de Argentina sino, también, múltiples localidades al interior de cada territorio nacional, tal como presentamos en la reconstrucción de sus trayectorias migratorias (ver tabla 1).
Nací acá, en 2002, pero me crié allá en Bolivia hasta los cinco o siete años. Estuve estudiando allá desde el primario hasta segundo año. Luego me vine acá de nuevo, estudié hasta quinto y volví de nuevo a Bolivia a estudiar sexto y primero, pero me quedé de curso y volví acá y estoy cursando primero, segundo y tercero. (Entrevista a Darío, 17 años, Córdoba - 2019)10
Cuando se trata de los viajes que estudiamos en tanto “migraciones internacionales”, nuestros entrevistados hacen referencia al uso de transportes terrestres.
S: Sí, voy viajando así. Pasan dos años así y voy. Porque es como mucho gasto viajar, porque el cambio del dólar es bastante… En auto vamos. Hay veces que, cuando el auto está fregado, entonces vamos en bus.
E: ¿Y va toda la familia?
S: Sí, solo somos cuatro, así que, vamos los cuatro en un auto todos.
(Entrevista a Serena, 17 años, Córdoba - 2019)
El extenso trayecto que une (o separa) a Córdoba o el Gran Buenos Aires de Bolivia (y viceversa) conlleva una experiencia corporal, sensorial y visual que es vivida “al ras de la tierra” desde automóviles (especialmente en el caso de Córdoba) o autobuses (casi exclusivamente en el caso del Gran Buenos Aires). En las narraciones suele mencionarse la compañía de algún familiar en particular (aunque también hay algunos registros de viajes juveniles en soledad, específicamente de varones). Las referencias a los medios de transporte empleados no son menores pues, en algunos casos, nos hablan de experiencias nuevas vinculadas a expectativas, incertidumbres y deseos:
Justo festejaban el aniversario del bus en el que viajábamos, y eso hizo que el viaje no fuera tan aburrido; teníamos muchas distracciones nuevas para mí: un televisor pegado en el techo del bus, por ejemplo, era algo que yo no conocía. (Entrevista a Juan, 17 años, Gran Buenos Aires - 2018)
Las temporalidades del viaje también se vinculan con el transporte empleado y las características de las rutas y lugares transitados. Por otra parte, el recorrido entre ambos países supone el atravesamiento o cruce de una frontera que emerge en los relatos a modo de referencia espacio-temporal, lugar de descanso y separación entre territorios con diferentes climas y características:
C: Es porque para ir de Bolivia hasta la frontera… sí, de Córdoba Capital hasta la frontera, son un día de viaje. Nosotros, yo y mi papá, vamos en auto siempre
J: ¡Wow!
C: De Córdoba Capital salimos tipo cinco, cuatro de la mañana y bueno, vamos hasta la frontera. A la frontera llegamos tipo 11 o 12 de la noche. Dormimos en la frontera nosotros, vamos a un hotel. Después de eso… pasamos todo legalmente, no ilegalmente como estos. Estos pasan por el río.
J: Shh, cállate. [Riendo] Vos pasás por la montaña.
C: Y bueno, después de eso, pasando la frontera, hace un calor ahí… es desierto en realidad. Y después de eso, hasta llegar a Cochabamba, es un día también.
(Entrevista a César y Jhulian, ambos de 13 años, Córdoba - 2019)11
Los modos en que los viajes se realizan y se narran también hablan de las formas en que los y las jóvenes se clasifican y califican entre sí, constituyendo un elemento de distinción y privilegio el contar con un vehículo para realizar la travesía y hospedarse en el camino.
Por otra parte, y más allá del tono bromista del intercambio recién transcrito, la entrevista con César y Jhulian refiere también a las distintas formas de atravesar los límites fronterizos y su carácter de límite legal, lugar de control de la movilidad por excelencia. Las clasificaciones de los y las jóvenes dan cuenta de que las fronteras estatales son espacios donde se producen encuentros, tensiones y conflictos atravesados por determinadas relaciones de poder (Mezzadra y Neilson, 2017). En este sentido, su cruce adopta diferentes características según quién, cómo y con quién tenga lugar el desplazamiento. Un aspecto que no podemos dejar de mencionar, se vincula con el alto porcentaje de jóvenes que cruzan la frontera desde Bolivia hacia la Argentina en compañía exclusiva de sus madres, mientras que en los viajes de visita suele transitarlo todo el grupo familiar que reside en Argentina.
Volviendo a Mendiola (2012), resulta necesario desrromantizar la práctica del desplazamiento que supone el acto de viajar para poder comprenderlo en profundidad. En el caso de los y las jóvenes que forman parte de familias migrantes, los relatos de viaje también hablan del cansancio, las dificultades y el peligro que conllevan:
E: ¿Y qué te pareció allá?
D: La primera vez que fui me daba miedo.
E: ¿Por qué?
D: Porque las calles son como que… el auto se va a ir para atrás, nos vamos a chocar, morir acá, [risas] como habíamos llegado tipo a las 4 de la mañana yo no entendía nada, en el auto. ‘Mamá se va a caer el auto, se va a caer’. ‘No, tranquila, tranquila’. (Diana, 17 años, Gran Buenos Aires - 2018)
L: Creo que ya ni quiero ir yo.
E: ¿Por qué?
L: Porque tuvimos un accidente.
J: Se les volcó el auto, profe.
E: ¿Cómo fue eso? Pero, ¿están todos bien?
M: Sí, están todos bien.
J: Su papá estaba dormido y se durmieron y el auto se les…
L: Se nos volteó el auto.
J: Linda experiencia.
E: ¿Te asustaste mucho?
L: Nos llevaron a un hospital ahí, compramos un pasaje. Tuvimos que esperar ahí, de ahí directamente nos llevaron a la terminal. Mi papá le pidió a mi tío que estén en la terminal, así nos llevan a nuestra casa [...].
J: La otra vez habíamos ido en ómnibus y había un camino como una curva y acá estaba la montaña y el camino era cortito y estábamos pasando y una parte del colectivo estaba en el aire. Estaba todo el precipicio. Hizo bajar a todos, y nos bajamos todos y nos hicieron caminar hasta allá.
(Entrevista a Lucas, Jhulian y Maycol, todos de 13 años, Córdoba - 2019)
En muchos relatos, la descripción de un camino por el que el bus no pasa, la experiencia de la altura o de un accidente como el que relata Lucas, reviste al movimiento de cierta peligrosidad. Algunos aspectos de esta dimensión del viaje pueden pensarse a la luz de la literatura que recoge las experiencias de jóvenes migrantes en el corredor Centroamérica-Norteamérica, la cual supone otros niveles de peligrosidad extrema por las situaciones que sufren jóvenes sin compañía. Siguiendo a Rosas, “ser ‘cazado’ por rancheros es un evento que se suma a las condiciones climáticas extremas, a las extenuantes jornadas de caminata sin comida ni agua por terrenos quebrados y espinosos, al atropello de pandillas y narcotraficantes, abusos de índole sexual, etc.” (2014, p. 7). Aquí, al recoger las experiencias de jóvenes que realizan estos viajes junto a diferentes familiares y por corredores migratorios con menores restricciones de in/movilidad, nos encontramos con escenarios diferentes pero cuya peligrosidad igualmente merece ser atendida.
Retomando el relato de Lucas, un joven que migró con su familia a los tres años, oriundo en Punata (departamento de Cochabamba, Bolivia) la experiencia del accidente lo despojó del deseo de “ir”.
En una escala transnacional, la cercanía entre origen(es) y destino(s) se evidencia en la fluidez de los contactos y viajes. Dicha fluidez no descarta, sin embargo, los riesgos que revisten travesías con distancias largas de dos días de duración12 en vehículos propios, prestados o contratados que no siempre se encuentran en buen estado de mantenimiento. La compañía con la cual realizan esos viajes (solos, madres, padres, ambos o algún otro familiar) también brindan elementos para aproximarnos a otras dimensiones relevantes. Nos adentramos a continuación en los sentidos que adquieren las experiencias territoriales que habilitan dichos viajes.
E: ¿Y llegaste a conocer algo de los lugares de tu familia?
Ed: Por ahora, todavía no. Mis papás se vinieron acá desde los 15 años los dos.
E: Ah, hace mucho que están acá. Claro. ¿Y viajar, visitar, todo eso? ¿Has visitado alguna vez?
E: No sé, pero mi mamá creo que va a ir. (Entrevista a Edith, 17 años, Córdoba - 2019)
De más chico conocía, pero ya como que me estaba olvidando porque fue hace años, viste, por eso cuando fuimos algunas cosas me acordé también. (Entrevista a Horacio, 16 años, Córdoba - 2019)
Horacio es un joven de 16 años que ha nacido en Villa Dolores, un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, y ha transitado los primeros diez años de su vida rotando residencia entre Potosí, Bolivia y distintas localidades argentinas. Hace siete años que vive en la ciudad de Córdoba. Horacio, como muchos otros jóvenes que forman parte de esta investigación, se refiere a su infancia y los territorios de referencia en Bolivia desde el olvido, y el (re)conocimiento en visitas posteriores. Edith también es hija de migrantes bolivianos oriundos del departamento de Potosí, que se han desplazado por distintos puntos de Bolivia y Argentina, pero ella solo residió en la ciudad de Córdoba. En parte porque su apellido es muy repetido entre migrantes de origen boliviano, y en parte por las marcaciones fenotípicas con las que en Argentina se etnitiza el origen boliviano, Edith se resiste a las asociaciones que sobre ella se hacen en relación al origen nacional de sus padres13. En estos casos, al remitirnos a hijos de migrantes, con o sin experiencia de permanencia en Bolivia, la tensión emerge porque Bolivia opera como un diacrítico desde el cual se les identifica, ya sea en el mandato de continuidad familiar intergeneracional o bien como referencia de interpelación desde “acá”, sin ser necesariamente un territorio reconocido como propio.
Esta situación también la encontramos en algunos jóvenes que han nacido en Bolivia, pero residen desde pequeños en Argentina. Iñaki García Borrego sostiene que, la situación de los migrantes está definida por una trayectoria entre dos puntos, su lugar de origen y el lugar donde residen, y que resulta interesante constatar que esos puntos situados en un espacio territorial son también temporales, dado que las vidas de las personas transcurren en el tiempo (2007, p. 160). Aquí nos interesa rebalsar la idea (bi)espacial para atender a los múltiples territorios habitados por algunos de estos jóvenes y, a la vez, reparar en aquellos y aquellas jóvenes que pueden ser interpelados por territorios que desconocen. Surge aquí el interrogante acerca de la dificultad que expresan muchos de ellos de apropiarse de un territorio olvidado o habitado a través de un recuerdo narrado por sus familiares adultos. Siguiendo a Candau (2008), podemos decir que allí donde los recuerdos de la infancia persisten, los mismos jóvenes ponen en duda su veracidad, dando cuenta de la fragilidad del recuerdo de las experiencias infantiles y del carácter de invención o recreación que los recuerdos de infancia poseen en sus trayectorias biográficas:
E: ¿Y vos recordás algo del viaje o de los viajes?
D: La verdad que no, o sea porque me vine cuando era chiquita, a los cuatro años me vine. Tengo varios recuerdos que van y vienen, pero no tan firmes, capaz los inventé. Cuando es chiquito inventa, o sea yo creo que inventa recuerdos.
(Entrevista a Diana, 17 años, Gran Buenos Aires - 2018)
A: Allá hacía mucho calor, cuando hacía mucho calor, íbamos a un río, que ahora creo que se abrió ese río, que antes no se podía ir porque era medio piscina, que en todos los fines de semana se puede ir allá con toda la familia
E: ¿Vos después volviste de más grande?
A: No, nunca más fui pero vi una foto que aparecía con la piscina, pero ahora se mejoró todo, hay más toboganes… y ahora en diciembre creo que vamos a ir a Bolivia también.
E: Ah, ¿y van a ir a visitar a familiares?
A: A mi abuelita, a mis tíos que están todavía allá… vamos a ir a visitar […] porque mis hermanitos todavía no conocen a su abuela ni a los tíos, por eso.
(Entrevista a Analía, 13 años, Córdoba - 2018)
La invención de un recuerdo a partir de una fotografía, en el caso de Analía, y la problematización que Diana realiza al afirmar que la remembranza es “inventada desde el presente” nos hace pensar en los recuerdos como claves de lectura que los y las jóvenes desarrollan sobre su pasado y su presente, pero con los pies en el ahora, en su ser jóvenes. De allí la trascendencia de estos recuerdos recuperados en sus relatos autobiográficos, donde los y las jóvenes ponen en juego modos de experimentar territorios vividos como propios y ajenos, heredados, recreados e inventados.
Por otra parte, entendemos que estas apropiaciones de Bolivia como territorios del orden del recuerdo inventado/narrado o del olvido, pueden ser interpretadas como formas de apropiación singulares de esos territorios, pero también como modos de resistencia ante los mandatos adultos (en el marco de la preocupación de los adultos por la transmisión de referencias a las nuevas generaciones), es decir, como una decisión que habla de una experiencia generacional. Estas resistencias, a su vez, deben ser leídas en el marco de un contexto social profundamente estigmatizante, discriminatorio y desigual para con los migrantes regionales en Argentina y los migrantes bolivianos en particular14, en el cual también se advierte la persistencia de relaciones asimétricas de género que intensifican la explotación y segregación de un amplio conjunto de mujeres migrantes (Magliano, 2009).
En cuanto a los usos de la memoria en el caso de los grupos migrantes, Gupta y Ferguson señalan que: “usan la memoria del lugar para construir imaginativamente el nuevo mundo en el que viven. Así, “la tierra natal” sigue siendo uno de los símbolos unificadores más poderosos de las poblaciones móviles y desplazadas” (2008, p. 241). Esta reflexión, que suele estar presente en los estudios sobre migrantes adultos, abre nuevas preguntas cuando se trata de jóvenes migrantes o que forman parte de familias migrantes que, como en los casos analizados, despliegan prácticas y discursos que ubican esa “tierra natal” en el plano de los territorios olvidados, inventados o desconocidos.
En los discursos y las prácticas de estos jóvenes se expresan tensiones entre mandatos familiares y deseos propios. Las dimensiones espaciales y temporales de sus experiencias migratorias, así como el rol desempeñado por sus familias, constituyen aspectos centrales para comprender sus experiencias de los territorios y los procesos de identificación que despliegan.
Comenzamos el viaje. Yo no sabía qué cambiaría, no pensé nunca que haría un viaje de semejante magnitud, no sabía cómo sería esa Argentina de la que tanto se hablaba. Mi mamá ya había hecho ese viaje antes, pero nunca me había contado cómo era. Ella no estaba emocionada; mientras más cerca estábamos más triste parecía. [...] Una vez que llegamos a la estación de buses, llegamos a Liniers y hasta donde yo vi, no era nada del otro mundo. (Entrevista a Juan, 17 años, Gran Buenos Aires - 2018)
Al analizar las narrativas sobre los viajes iniciales entre Bolivia y Argentina, nos encontramos con la descripción de un hito en tanto punto de quiebre que emerge como un antes y un después en la trayectoria de vida de estos jóvenes. Tal como analiza Pedone (2010), los y las jóvenes construyen y deconstruyen imágenes solapadas conforme la cantidad de información que manejan entre sus redes familiares, amistades y vecindades sobre qué les depara la migración. En estos “viajes umbrales” muchas veces las representaciones sobre el “allá-Argentina” se reconfiguran a partir de la experiencia presente del habitar un lugar donde la referencia a Bolivia no es bienvenida. Rosas (2014) plantea que es en esas circunstancias, en las cuales comprenden que la migración “no era lo que habían imaginado”, que se produce un desencanto que podría considerarse un punto de inflexión que acerca a los y las jóvenes migrantes a la adultez.
A su vez, los “viajes de visita” nos permiten reconstruir los itinerarios más fluidos que permean los regímenes de in/movilidades más allá de las migraciones. En estos viajes los sentidos del “allá-Bolivia” también son reconfigurados. En estos casos el “allá” se resignifica a partir de la valorización del paisaje, el clima o aspectos específicos que se descubren en esos viajes.
S: Yo literalmente no me acuerdo cómo fue mi infancia allá, porque no pasé mucho tiempo, me vine casi a los seis años acá y quedé acá. Y pasando dos o tres años, voy de visita allá.
E: ¿Te gusta?
S: Es bonito, me gusta bastante. Me gusta ir de paseo, porque tiene diferentes formas de acá, allá encontrás un montón de puestos en la calle y las plazas me encanta cómo las decoran. Las saben cortar de formitas y todo eso. En Navidad más que todo me gusta ir, porque en las plazas te arman un coso con luces, los carruseles… y le hacen los arbolitos y traen juegos. Esa época me gusta más.
E: ¿Y por lo general viajás a esa altura del año?
S: Sí, por lo general, voy pasando Navidad, para pasar año nuevo o voy y paso Navidad y año nuevo allá. O a veces, raras veces, si se puede, en las vacaciones de julio. (Entrevista a Serena, 17 años, Córdoba - 2019)
Es hermoso el lugar para conocerlo, ir de vacaciones es muy lindo, mi papá nació ahí. (Entrevista a Diana, 17 años, Gran Buenos Aires - 2018)
Conviene aclarar que por “viaje umbral” nos referimos al recorrido inicial que realizaron la mayoría de estos jóvenes entre Bolivia y Argentina, y que, según sus relatos, marcan un hito de magnitud en sus trayectorias; mientras que por “viajes de visita” nos remitimos tanto a aquellos que se planifican en pos de reunirse con familiares o participar de festividades, como a aquellos que acontecen ante la emergencia o la necesidad producto de enfermedades o de la necesidad de realizar trámites15. Se trata de viajes que refuerzan y consolidan las redes transnacionales en las que se inscriben las familias migrantes. Cuando no se trata de emergentes, estos viajes suelen programarse para las vacaciones escolares y, principalmente, para las fechas festivas de diciembre (Navidad y Año Nuevo) o febrero (carnavales).
A los 18 tuve, cumplí le dije a mi papá cuando era chico ‘cuando yo cumpla 18 años, voy a viajar voy a ir’. Entonces cuando yo cumplí 18 ahí no más me fui a visitar a mi familia, a mis abuelos, a todos. A mi abuela es la única que tengo ahí en Bolivia, tiene como 80 años […] cumplió los 80 años me estaba esperando que vaya para la serenata y no fui, porque... no me acuerdo por qué se me complicó, pero fueron mis hermanas, pero ella estaba esperando que yo vaya 'dónde está José que me venga a hacer una canción', una serenata quería. Ella quería que le cante, porque justo hacía un cumple bien grande porque cumplía los 80 años. (Entrevista a José, 25 Años, Córdoba - 2017)
Para los adultos, estos viajes representan una oportunidad para que las jóvenes generaciones (re)conozcan su “tierra natal” como estrategia de proyección de membresía (Hendel y Novaro, 2019). Como señala Novaro (2014), la fuerte relación entre identidad y territorio en contextos de migración se hace evidente en el hecho de que, en muchos casos, la pertenencia nacional se marca a partir del nacimiento en un espacio que se ha dejado, pero al que —como rasgo de la identificación— se alude de manera permanente en el nuevo país de residencia. Sin embargo, tal como expresa Diana, una joven nacida en Argentina que viajó hace unos años a conocer el lugar donde nacieron sus padres, desde la perspectiva joven los viajes pueden cobrar un significado y una relevancia que no necesariamente coinciden con las expectativas de los adultos.
Mi familia es de La Paz. Me daba miedo y también miedo por conocer a mis familiares porque había ido la primera vez después de casi 11 años, o sea miedo de cómo me puedan llegar a ver, cómo me podrían llegar a ver a mí. (Entrevista a Diana, 17 años, Gran Buenos Aires - 2018).
Lejos de cierta mirada idealizada de Bolivia, que es posible encontrar en los mandatos adultos, el descubrimiento, el asombro, la sorpresa y el miedo forman parte de los modos en los cuales los y las jóvenes describen estos viajes que los acercan a territorios aparentemente desconocidos. Bárbara nació en Campana, provincia de Buenos Aires, entre los 6 y los 7 años vivió en localidades del Gran Buenos Aires: La Matanza y posteriormente en Tres de Febrero, donde reside actualmente. A los 14 realizó un viaje a Bolivia. Su relato respecto de este viaje está atravesado por cierta sensación de extrañeza y descubrimiento. Extrañeza vivida en el recorrido, el viajar, y experimentada también a través del cuerpo (al vomitar):
Después de 5 horas llegamos a Potosí pero la ciudad se llamaba La Cabaña, ahí descubrí muchas culturas y uno de eso era el agua. No era como acá que tenemos canilla de agua, era bajar de un monte y encontrar un río y sacar de ahí y subir con baldes y el agua se hierve, era una experiencia que me sorprendió. (Entrevista a Bárbara, 17 años, Gran Buenos Aires - 2018)
Estas narraciones nos hablan de territorios vividos como ajenos, desconocidos, sorprendentes16. Entendemos que aquí se encuentran presentes, nuevamente, dimensiones que aluden a proyectos migratorios familiares, relaciones y prácticas generacionales, de género y subjetividades juveniles que se entraman, al mismo tiempo que se expresan, en estas formas de experimentar el territorio boliviano como lugar de descubrimiento y, fundamentalmente, ajenidad. En estas experiencias del territorio, el viaje emerge como un dispositivo que, si bien desde los padres puede ser pensado como una forma de acercamiento a “su cultura”, termina dando lugar a experiencias y construcciones de territorios donde, muchas veces, lo propio es experimentado como ajeno17.
A lo largo de este escrito hemos asumido el desafío de pensar las experiencias de los viajes desde una perspectiva generacional que pone el foco en los y las jóvenes. Experiencias de movilidad que hablan de los proyectos migratorios, de su infancia, de sus familias; aspectos que nos permiten aproximarnos a sus modos específicos de habitar y concebir los territorios. Hayan nacido en Bolivia o en Argentina, a estos jóvenes la experiencia de la migración les resulta cercana, familiar. Sin embargo, el término “migración” resulta insuficiente para describir una experiencia de movilidad, múltiple y heterogénea, que la excede. En este sentido, las experiencias de la movilidad, narradas a través de los viajes, los une más allá del lugar de nacimiento.
Pensar a los y las jóvenes desde los viajes supone un intento por articular las experiencias de territorios que se despliegan en la dimensión local, nacional y transnacional. Teniendo en cuenta la distinción analítica que hemos realizado entre distintos tipos de desplazamientos, podemos afirmar que a partir de ese viaje inicial (o viaje umbral), en muchos casos, se desprenden otros viajes (sucesivos y de visita) que dan lugar a experiencias de los territorios fuertemente vinculadas a la movilidad. Viajar, entonces, puede ser entendido no solo como una forma de recorrer sino, más bien, de habitar territorios, de crear territorios propios.
A partir de lo hasta ahora analizado podemos volver sobre la división analítica inicial de la experiencia de los viajes de estos jóvenes y señalar lo siguiente:
el viaje umbral: aquel primer viaje que realizaron la mayoría de estos jóvenes entre Bolivia y Argentina, y que, según sus relatos, marcan un hito de magnitud en sus trayectorias, un antes y un después;
los viajes sucesivos: aquellos que realizan entre distintas provincias, partidos, ciudades, barrios o, incluso, entre Bolivia y Argentina; se trata de una experiencia compartida con muchos otros jóvenes, más allá de su lugar de nacimiento;
los viajes de visita: son aquellos que pueden ser caracterizados como “una vuelta a Bolivia” aunque, sin embargo, emergen mayoritariamente en los relatos como experiencias de un territorio a otro, desconocido; dan cuenta, en general, de un posicionamiento de algunos de los y las jóvenes como “hijos/as de migrantes”.
Estas experiencias de múltiples movilidades nos brindan elementos para pensar el viaje como experiencia paradigmática del territorio que es posible leer en clave generacional retomando la peligrosidad que representa la travesía, el reconocimiento de las fronteras como espacios de tensión y la clasificación entre los propios jóvenes según el medio de transporte utilizado.
Entendemos que estos tres tipos de viajes implican diferentes experiencias de los territorios y tienen un peso diferencial en las trayectorias biográficas de estos jóvenes. Si las generaciones son el medio a través del cual dos calendarios distintos —el del curso de la vida y el de la experiencia histórica— se sincronizan, entendemos que los viajes, en el caso de los jóvenes que forman parte de familias migrantes, constituyen una puerta de entrada para analizar los modos en que el tiempo biográfico y el tiempo histórico se funden y se transforman mutuamente dando origen, tal vez, a una generación social.
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