Migraciones | n.º 55 [2022] [ISSN 2341-0833]
DOI: https://doi.org/10.14422/mig.2022.001
Bolivianas en Argentina, brasileñas en Portugal y colombianas en España. Un análisis poscolonial de las trayectorias migratorias de las mujeres de Latinoamérica

Bolivian in Argentina, Brazilian in Portugal and Colombian in Spain. A Postcolonial Analysis of the Migratory Trajectories of the Women from Latin America
Autores
Andrea Souto-García
Universidade da Coruña
E-mail: andrea.souto@udc.es

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1727-9138

María Eugenia Ambort
Universidad Nacional de La Plata
E-mail: maruambort@fahce.unlp.edu.ar

ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1206-7280

Resumen

Esta investigación analiza comparativamente las migraciones de las mujeres bolivianas en Argentina, las brasileñas en Portugal y las colombianas en España. Desde una aproximación interseccional que ubicamos en la colonialidad, abordamos los impactos del género, la raza y la clase, sobre sus trayectorias en el espacio social transnacional. A partir de un trabajo de campo multisituado consistente en 65 entrevistas en profundidad realizadas a mujeres migrantes en La Plata, Porto, São Paulo y Madrid entre los años 2017 y 2019, rastreamos los procesos de etnosexualización diferenciada a que son sometidas bolivianas, brasileñas y colombianas. La configuración de distintos femeninos que, al ser mediados por la política sexual/migratoria, se transfiguran en cuerpos-trabajo, son la forma que asume la inserción de estas migrantes del Sur a los circuitos globales de supervivencia.

This research comparatively analyzes the migrations of Bolivian women in Argentina, Brazilian women in Portugal and Colombian women in Spain. From an intersectional approach that is located in coloniality, the article addresses the impacts that gender, race and class have on the women’s trajectories in the transnational social space. The differentiated ethnosexualization processes that build Bolivian, Brazilian and Colombian women identities, are traced through a multi-sited fieldwork consisting of 65 in-depth interviews, conducted with migrant women in La Plata, Porto, São Paulo and Madrid, between 2017 and 2019. The configuration of different female types which, enabled by sexual/migratory policy, become work-bodies, are the forms these migrants from the South must assume to get into the survival global circuits.

Key words

Migraciones femeninas; colonialidad; interseccionalidad ubicada; política sexual/migratoria; cuerpos-trabajo

Female migrations; coloniality; located intersectionality; sexual/migratory policy; work-bodies

Fechas
Recibido: 18/01/2021. Aceptado: 24/08/2021

1. Introducción

La presencia masiva de mujeres en flujos de dirección Sur-Norte ha caracterizado la expansión y la diversificación de las migraciones internacionales de las últimas décadas (Anderson, 2015; Federici, 2013). Es en este contexto que se inscribe eso que Sassen (2003) ha dado en llamar “feminización de la supervivencia” (p. 54), por la que la viabilidad de las familias, las comunidades y las naciones, tanto del Sur como del Norte, dependen en gran medida del trabajo de las mujeres de las periferias globales. Desde una perspectiva interseccional (Brah, 2006; Crenshaw, 1991; Hill Collins, 2017) ubicada en la colonialidad (De Sousa Santos, 2014; Quijano, 2014), este artículo aborda comparativamente tres flujos femeninos contemporáneos: las migraciones de las bolivianas en Argentina, de las brasileñas en Portugal y de las colombianas en España, respectivamente. El objetivo que guía la comparación es doble. Primeramente, busca revelar los modos en que los sentidos comunes y las estructuras de dominación forjadas durante el colonialismo han impactado en el desarrollo de estos desplazamientos humanos. En segundo lugar, rastrea el desempeño de las categorías raza, género y clase y sus derivadas, como determinantes de las trayectorias migratorias/biográficas de las mujeres latinoamericanas.

Recientemente, la literatura especializada en migraciones internacionales ha comenzado a considerar la capacidad explicativa de las teorías pos/decoloniales (Grosfoguel, 2008; Malheiros y Padilla, 2015; Padilla y Cuberos-Gallardo, 2016) y de la interseccionalidad (Piscitelli, 2008; Magliano, 2015). No obstante, si bien ambas perspectivas han sido aplicadas conjuntamente en otros campos, como la desigualdad social o los estudios de género (Brah, 2006; Crenshaw, 1991; Hill Collins, 1998; Viveros Vigoya, 2016), los estudios migratorios comparados que aproximan el objeto de investigación desde un enfoque interseccional y pos/decolonial, no son tan abundantes. Este trabajo apuesta por el uso combinado de ambas teorías como herramienta analítica de las vidas migrantes signadas como bolivianas, brasileñas y colombianas. Asimismo, constituye un intento de resolver los problemas metodológicos que plantean la poscolonialidad y la interseccionalidad, frecuentemente restringidas a la abstracción teórica, por medio de su anclaje en la realidad cotidiana de mujeres de carne y hueso que existen en marcos sociohistóricos específicos.

Se comprende el espacio social transnacional como un continuum permeado por significados coloniales que se extiende entre los territorios de origen y de destino. En él, las fronteras de los Estados-nación funcionan como mecanismos de redistribución de recursos políticos, económicos y humanos; y la nacionalidad se instituye en un dispositivo de etnosexualización (McClintock, 1995; Nagel, 2003) a través del cual las migrantes son insertadas en localizaciones concretas de las economías norteñas, pero siempre abajo, incorporando y (re)produciendo viejas formas de explotación (Segato, 2015). Una suerte de neocolonialismo toma carnadura en las microinteracciones que tienen lugar en el día a día de las mujeres dislocadas, en los tratos personales y laborales que entablan tras las barras de los clubs donde sirven copas y sexo, en las cocinas de las casas en las que cuidan y limpian, y en las tierras ajenas que labran y cultivan.

El artículo se estructura de la siguiente manera: En los dos primeros apartados, correspondientes al marco teórico, se argumenta el sentido de la comparación entre los tres flujos femeninos estudiados; se analiza la construcción de las identidades sexorraciales (o etnosexualidades) de bolivianas, brasileñas y colombianas en el sistema moderno/colonial de género (Lugones, 2008); y se trata el disciplinamiento racial y sexual que convierte a las mujeres en cuerpos-dóciles disponibles para el servicio y el cuidado. El siguiente apartado se dedica a la metodología de investigación, fundamentada en el análisis cualitativo del material empírico producido en 65 entrevistas biográficas realizadas con mujeres migrantes en Argentina, España, Portugal y Brasil. En los resultados se explican los impactos de la interseccionalidad ubicada en las trayectorias migratorias de las mujeres, y se profundiza en su evolución desde los cuerpos-dóciles hacia los cuerpos-trabajo que se integrarán a los sistemas de producción global. A partir del concepto política sexual/migratoria, se indaga el papel que la familia y el Estado juegan en la fabricación y el tráfico transfronterizo del proletariado femenino migrante. (Sassen, 2003; Mezzadra y Nielson, 2013).

2. Desigualdad geográfica, género y raza en el imaginario latinoamericano compartido

La invivilidad desatada por los planes de ajuste estructural en los países emisores y el viraje hacia una economía de servicios en los países receptores, ha desencadenado la articulación de migraciones de mujeres a través de las fronteras Sur/Norte (França y Padilla, 2018; Oso y Catarino, 2013). De un lado, las migrantes constituyen la mano de obra barata que se ocupa en destino de aquellos trabajos que los ciudadanos nacionales rechazan hacer, por los bajos réditos materiales y simbólicos que reportan (Magliano, 2015; Martínez-Buján, 2014). De otro, las remesas que periódicamente envían y la compra de tierras y bienes inmuebles en origen, no solo garantizan la subsistencia de los hogares, sino que además alivian el gasto de los recursos públicos de los Estados, pues constituyen una fuente de divisas crucial para los países que (no) dejan atrás (Benencia, 2005; Pedone, 2010).

La lógica hegemónica que explica el mundo como una oposición entre periferias-pobres-atrasadas y centros-ricos-desarrollados, juega un importante papel en la activación de las migraciones internacionales de las mujeres, sentando precedentes de inferioridad/superioridad entre los Estados involucrados y, sobre todo, entre las otras y los ciudadanos que los encarnan y representan (Grosfoguel, 2008). La fabricación y la consiguiente jerarquización de entidades geoculturales dicotómicas —Sur y Norte1, Latinoamérica y Europa, Bolivia y Argentina, Colombia y España, Brasil y Portugal—, el carácter que adjudicamos a estos territorios-términos y la forma que toman las mujeres que los pueblan; son producto del colonialismo y del régimen de sentido a que dio lugar, esto es, la colonialidad (Quijano, 2014). Es contra esas otras interiorizadas como Sur en la forma de migrantas bolivianas, brasileñas y colombianas que, Portugal y España —zonas marginales ellas mismas en relación con el corazón de la blanquitud europea—, y también Argentina —autopercibida como “un pedazo de Europa en zona equivocada” (Grimson, 2013, p. 29) más allá de su localización en los mapas oficiales—, logran configurarse metafóricamente como Nortes globales (De Sousa Santos, 2014).

Lugones (2008) denomina sistema moderno/colonial de género al orden de estratificación global que emerge de la colonialidad. En él, las estructuras tradicionales de género son deformadas por medio de la raza, y la división sexual del trabajo da paso a una división sexorracial del mismo (Ehrenreich y Hochschild, 2003; Stoler, 1995). Raza y género son categorías económico-políticas que se proyectan sobre las mujeres latinas para clasificarlas en los sistemas productivos nacionales y globales. Pero raza y género son extremadamente fluidas y pueden significar muchas cosas en función del contexto en que se coinstituyen y, también, de las múltiples combinaciones que establecen con otros ejes de poder (Brah, 2006). La interseccionalidad debe ubicarse en condiciones materiales para hacerse comprensible. Es en la colonialidad, a través del sistema moderno/colonial de género que, género y raza y sus derivadas de clase2, etnia3, nacionalidad y sexualidad, intersectan (Hill Collins, 2017; Lugones, 2008) y adquieren significados específicos para las mujeres migrantes. Las experiencias de bolivianas, brasileñas y colombianas en Argentina, Portugal y España están impregnadas por los sentidos sexorraciales que remiten a las acciones perpetradas sobre los cuerpos demarcados como femeninos e indios, mestizos y negros, durante el imperialismo ibérico en Latinoamérica.

Emerge el imaginario colonial iberoamericano compartido. En él, las migrantes se hacen singulares dentro de la latinidad a partir de los procesos de etnosexualización diferenciada a que dieron lugar la mita, la encomienda y la esclavitud en el Altiplano Andino, la Región Caribe y el Nordeste Brasileño (Wade, Urrea Giraldo y Viveros Vigoya, 2008). La precisa codificación de las identidades mixtas nacidas de los encuentros sexuales entre los colonizadores y las mujeres subalternas, fue una actividad de gestión esencial para las coronas española y portuguesa (Stoler, 1989). Consiguientemente, hoy en día en Portugal y España, brasileñas y colombianas son identificadas de forma equivalente pero opuesta a la forma que asumen las bolivianas en Argentina (y también en España). La diferencia entre ambas clases de mujeres va a radicar en la presencia/ausencia, más discursiva que demográfica, del elemento negro en la raza imaginada (Viveros Vigoya, 2009).

De una parte, Brasil, Colombia, y sus mujeres son “tropicalizados” (Piscitelli, 2008, p. 271), esto es, racializados sexualmente y sexualizados racialmente (Nagel, 2003) a partir de mezclas que evocan los rasgos africanos que, se presupone, habitan los trópicos. De otra, la preeminencia del elemento indígena en Bolivia se instituye como rasgo distintivo de la mujer boliviana. El calor, la exuberancia y la sensualidad son señas que aluden a la negritud, a la naturaleza tropical de la mulata/latina4, icono representativo de las mujeres colombianas y brasileñas (Hurtado Sáa, 2017; Piscitelli, 2011; Pravaz, 2012). En oposición a estas, el frío, la dureza y la impenetrabilidad del Altiplano se conforman como marcas de personalidad de las cholas/indias5 bolivianas, quienes a pesar de ser y haber sido igualmente perpetradas en su sexualidad, no portan el capital erótico propio de ese imaginario afrolatino de mujer (Canessa, 2008). Es en este sentido que las bolivianas no son latinas en el mismo modo que lo son colombianas o brasileñas.

3. Nacionalidad, política migratoria y trabajo. Las trayectorias intersectadas de las mujeres en el espacio migratorio

Las migrantes contemporáneas que blanden pasaportes de Bolivia, Brasil y Colombia, cargan en sus movilidades con la identidades moderno-coloniales de género (Lugones, 2008). Desprendidas sus raíces del sustrato coyuntural que las produjo van a recrearse a otros tiempos y lugares. La historia se incorpora (Bourdieu, 2007). Identidad, trabajo y desigualdad geográfica colapsan en los desplazamientos contemporáneos de bolivianas, brasileñas y colombianas. El espacio transnacional poscolonial se conforma como una matriz en la que múltiples estructuras de dominación interseccionan para dar forma a las trayectorias biográficas/migratorias de las mujeres.

Mediada por las representaciones del imaginario iberoamericano compartido y las políticas migratorias, la condición femenina (Lamas, 2007) determina las trayectorias de bolivianas, brasileñas y colombianas de origen a destino. La explotación de las migrantes en los circuitos globales de supervivencia empieza en la familia, asumiendo formas de afecto y amparo (Hill Collins, 1998). La instrucción sexual y laboral que las mujeres enfrentan durante los primeros años de vida en el ámbito familiar facilita su sujeción como trabajadoras informales transnacionales en la edad adulta. La familia naturaliza el hecho de que las labores que realizan masivamente las mujeres sean descalificadas como no-trabajo (Anderson, 2015; Parella, 2005), convirtiéndose así en el nicho primero de su desvalorización en tanto no-trabajadoras. Entrenadas desde la niñez en el servicio a los demás, el poder del amor (Jónasdóttir, 2011) se traduce en renuncia para las migrantes. La satisfacción de las necesidades de los hijos, pero también de padres, hermanos y otros miembros del grupo doméstico, constituye una clave explicativa de las fuerzas que lanzan a bolivianas, brasileñas y colombianas a la emigración.

Las migraciones de brasileñas y colombianas a Portugal y España suelen construirse sobre redes transnacionales de reciprocidad femenina entre aquellas mujeres que migran y proveen con remesas desde destino, y esas otras que permanecen al cuidado de la familia y de la administración en origen (Gregorio, 2006; Pedone, 2010). El estatus ilegal que las migrantes habitualmente deben asumir durante los primeros años, las adscribe a regímenes de informalidad laboral, generalmente en trabajos urbanos, flexibles, de servicios personales a otros —a veces sexuales— que consumen el tiempo y la energía de las mujeres y que hacen incompatible la tenencia de una familia en destino (França y Padilla, 2018; Oso y Suárez-Grimalt, 2017; Martínez-Buján, 2014).

Del mismo modo pero al revés, las bolivianas llegan a Argentina para emplearse en explotaciones agrícolas de carácter familiar. La facilidad de regularización de las migrantes bolivianas en Argentina y la alta demanda de mano de obra que caracteriza a la agricultura intensiva, dan a los proyectos migratorios de estas mujeres esa impronta matrimonial/familiar (Benencia, 2005). La explotabilidad de las bolivianas en Argentina se hace patente en la exigencia física de la actividad agrícola, en las jornadas interminables en la quinta y en la casa y, sobre todo en los bajos o nulos réditos que reciben por su esfuerzo las mujeres (Magliano, 2013). 

La inserción sociolaboral de las migrantes en destino se producirá en los términos preestablecidos por la política sexual que, desde la familia y el Estado, imprime en las mujeres los significados etnosexuales heredados del colonialismo (Nagel, 2003; Wade et al., 2008). Condensada en el dispositivo nacionalidad, la identidad moderno-colonial de género funciona de este modo como un destino estructural que se inocula en los cuerpos de las migrantes mediante la ejecución reiterada de los trabajos sucios (Ehrenreich y Hochschild, 2003; Anderson, 2015). Cuerpos sucios hacen trabajos sucios que requieren de ciertos ademanes, ciertas artes, que se ejecutan con el cuerpo y que se inscriben en él. Wade (2003) señala que el cuerpo “no es una entidad acabada”, sino que “está en permanente elaboración” y que “no sólo refleja, sino que constituye la matriz de relaciones sociales en la cual se encuentra” (p. 281). La corporalidad de bolivianas y de brasileñas y colombianas, es construida desde el pasado por medio de las relaciones de trabajo que caracterizaron la dominación colonial, y se retrotrae hacia el futuro a través de los trabajos que las mujeres están abocadas a realizar como migrantes del Sur global en la Nueva Economía (Sassen, 2003; Federici, 2013).

4. Metodología. O la construcción transnacional de una investigación comparativa

Esta investigación cualitativa se fundamenta en un trabajo de campo multisituado que se realizó entre los años 2017 y 2019 en las ciudades de La Plata (Argentina), Porto (Portugal), São Paulo (Brasil) y Madrid (España). Consta de 65 entrevistas en profundidad llevadas a cabo con mujeres de Bolivia, Brasil y Colombia con experiencias migratorias en Argentina, Portugal y España respectivamente. El material empírico producido forma parte de sendas investigaciones cuyo encuentro se ha posibilitado en el marco de INCASI (International Network for Comparative Analysis of Social Inequalities) un proyecto financiado por el Programa Horizon 2020 de la Comisión Europea6 en el que participan 20 universidades de América Latina y Europa, el cual tiene por objetivo la creación y consolidación de una red de investigación intercontinental sobre la desigualdad social.

El contacto de las 25 mujeres bolivianas entrevistadas en La Plata se produjo en el transcurso de una investigación de acción participativa en el seno de un sindicato de trabajadoras agrícolas. Para contactar a las 20 brasileñas, migrantes y retornadas, entrevistadas en Porto y São Paulo, y las 20 migrantes colombianas entrevistadas en Madrid, se ha seguido principalmente la estrategia de “bola de nieve”, constatándose la vigencia y vitalidad de las redes femeninas que funcionan al interior de estos flujos migratorios. Además, el acceso a aquellas migrantes con menos tiempo residiendo en destino se ha hecho a través de la red social Facebook, por medio de los grupos de expatriados que las propias migrantes crean con el objetivo de intercambiar informaciones útiles relativas al proceso migratorio.

Desde la perspectiva de la interseccionalidad se propone un análisis poscolonial, en el que el artefacto de la nacionalidad como equivalente de la raza (McClintock, 1995) y la condición femenina (Lamas, 2007) se erigen como los factores determinantes de las trayectorias de las migrantes bolivianas, colombianas y brasileñas. Así, en cuanto a la selección de los perfiles de las entrevistadas, la investigación se ha centrado en las experiencias de mujeres bolivianas que, procedentes de zonas rurales empobrecidas, migran a Argentina para trabajar en la agricultura. En el caso de brasileñas y colombianas en Portugal y España los perfiles son más heterogéneos. Fundamentalmente se trata de mujeres de clases populares urbanas que en destino se insertan en el servicio doméstico y de cuidados, la restauración y, en menor medida, la prostitución. Sin embargo, se ha recogido también el testimonio de otras migrantes procedentes de clases medias y medias-altas —perfil minoritario—, con el fin de comprender los procesos de construcción racial que afectan a las mujeres en función de su clase social.

Las entrevistas en profundidad realizadas tienen un carácter abierto y, aunque existen algunos lineamientos generales orientados por las investigadoras, se plantean como una invitación a las mujeres a contar la historia de su vida (Muñiz Terra, 2018). Con el fin de capturar las estructuras que organizan la experiencia humana (Winker y Degele, 2011), realizamos un análisis temático de los discursos (Conde, 2009) de las migrantes a partir del cual aprehendemos los lugares comunes que reaparecen en la diversidad inherente a sus biografías. La comparación cobra sentido cuando se asume que los regímenes de significación colonial permean las sociedades globalizadas contemporáneas, condicionando la construcción identitaria de las personas, sus representaciones del mundo y sus condiciones materiales de existencia (Spivak, 2002). Reconstruir las trayectorias migratorias desde este punto de vista permite evidenciar las regularidades que emergen del hecho de ser mujer, racializada y migrante latinoamericana en un mundo globalizado signado por las inercias de una cultura patriarcal y poscolonial.

Asumimos un método feminista (Harding, 2002) en el sentido de que la investigación promueve la reflexividad del sujeto de estudio y de quien investiga. Para las migrantes, revisitando su propia historia en el ejercicio de narrar, poniendo en palabras situaciones de violencia y opresión; para quien investiga, asumiendo la posición hegemónica que se deriva de la blanquitud, de la relación con la universidad y de la tenencia de un pasaporte europeo que hace de la experiencia de viajar una realidad muy distante de las migraciones que aquí se relatan.

5. La interseccionalidad ubicada: las aristas raciales de la condición femenina

Lo común y lo diferente que subyace a las experiencias migratorias de las mujeres bolivianas, brasileñas y colombianas emana de su racialización como no-blancas y de los procesos específicos de subracialización que, dentro de la no-blanquitud, las particularizan en distintos tipos de no-blancas. La violencia sexual que portugueses y españoles ejercieron contra las mujeres negras en las plantaciones de azúcar y café —como táctica de dominación y también como medio de reproducción de la mano de obra mestiza—, sentó las bases de una cultura de la violación (Davis, 1983) a partir de la cual, paradójicamente, se han desarrollado los estereotipos de excesiva sexualidad de las latinas. Concretamente de aquellas latinas etnosexualizadas como mulatas (Viveros Vigoya, 2009), tal es el caso de brasileñas y colombianas. En España y Portugal los testimonios de las mujeres dan cuenta del impacto que las representaciones coloniales tienen en su cotidianidad, cuando narran los efectos negativos que se desatan en su relación con hombres y mujeres locales a raíz de la identificación de ciertas marcas en sus cuerpos, de ciertos acentos/sutaques al hablar.

Negra, todo o mundo começa a olhar, brasileira, negra, sabe sambar, e eu não sei sambar porque não é essa coisa do sangue nas veias, não. Esse não foi o meu ensinamento. Meu ensinamento foi da igreja para casa, da casa para a igreja, e semelha que eu tenha um cartaz aqui na minha frente que fala “puta”, esse para o carro, me tiram beijo na rua…, “Qual é seu problema?” meu deus. Será que eu tenho “puta” escrito na frente? (Joana, migrante brasileira, 12 años en Porto. Migró desde Río con 20 años. Consiguió regularizarse cuando se casó con su novio portugués. Se graduó en la universidad y ahora trabaja como educadora social)

Del mismo modo, pero en sentido inverso, las mujeres bolivianas se construyen como cuerpos faltos de sensualidad, rudos, poco atractivos. El régimen de trabajo impuesto a la población indígena en las minas, labrando los cerros rocosos de los Andes, forja cuerpos transfigurados en animales de carga. Aunque la deserotización de la mujer indígena se inscribe en el marco de esa misma cultura de la violación que pautó las relaciones entre hombres blancos y mujeres no-blancas desde la época colonial (Canessa, 2008), su producto es, sin embargo, la construcción de una sexualidad antagónica a la de colombianas y brasileñas. Para las mujeres bolivianas la sexualidad es un tabú sobre el cual no se expresan cómodamente porque está asociada a situaciones de abuso, a embarazos adolescentes no deseados, y al deber conyugal que es vivido más como obligación de esposa que como fuente de placer.

Yo tuve mucho miedo de quedarme, donde te molestan los changos, ¿viste? Ahí había mucho chango, yo todo avisaba a mi papá. Entonces, capaz que tenía 20 o 30 hijos, porque si les hacía caso… entonces podías tener un montón de hijos. Pero yo no, porque le vi a mi hermana [que había sido madre soltera/abandonada a los 16] y me acobardé ahí de tener un hijo […]. Por eso no quise tener hombre. Yo solo conocí al papá de mis hijos. Nada más. Yo así novio no tenía yo. No quise tener. Porque no, le vi a mi hermana sufriendo… (Alfonsa, 36 años, agricultora boliviana de Sucre, sobre su trabajo en un mercado en la ciudad. Desde los 8 años trabajó como empleada doméstica cama adentro. A los 24 migró a Argentina para trabajar como peona rural donde conoció al padre de sus hijos, también boliviano, y de quien se separó recientemente por malos tratos)

La voluptuosidad con que diseñamos en los imaginarios los cuerpos latinos, son el signo de la supuesta calidez sexual y emocional de brasileñas y colombianas. La tosquedad imaginada en los rasgos andinos que se atribuye a las bolivianas las bestializa. A través del marcaje de los cuerpos se encierra a las primeras en lugares psíquicos y nichos laborales en que la sexualidad ocupa un lugar central mientras que las segundas son expulsadas de la sexualidad e insertadas al trabajo rústico del campo. La sexualidad representa “orgánicamente la diferencia racial” (Stoler, 1989, p. 637). Hipersexualizadas o hiposexualizadas, brasileñas y colombianas por un lado y bolivianas por otro, todas son desviadas de la normalidad sexual, subhumanizadas en direcciones opuestas.

6. La condición femenina y la política sexual/migratoria como determinantes de las trayectorias de las mujeres

Mujer es solo una palabra y la condición femenina de las migrantes es mediada por relaciones laborales, raciales y sexuales, instauradas durante el colonialismo y cristalizadas en los procesos de edificación nacional (McClintock, 1995; Wade, 2001). Atravesado por la raza y la clase, el género se ensancha ofreciendo un abanico de moldes de feminidad que estipulan patrones de comportamiento, que asignan posiciones en el espacio público y privado, en la familia, en la comunidad y en el Estado (Crenshaw, 1991). Cuando las migrantes latinoamericanas son incorporadas a los circuitos del capital, lo hacen circunscritas en esos posibles femeninos. Fabricadas socialmente como mujeres, persiguen objetivos culturales asociados al género —como la priorización de la familia—, y emigran para conseguirlos (Lutz, 2010). Las bolivianas se marchan a las pampas para huir de la vida sometida que llevan como sirvientas al cuidado de familias ajenas y cumplir el sueño de construir una familia propia. Las brasileñas y colombianas ponen 9000 km de tierra y océano entre ellas y sus seres queridos para ponerse al servicio de otras familias y así poder (man)tener las suyas.

Allá no se gana tan bien. Nosotros como éramos una pareja, queríamos ganar más platita, teníamos otros planes también… tener hijos, tener una plata para que nuestros hijos estén bien. Vas a buscar la vida. Por ese motivo nos vinimos aquí. (Nelly, 34 años, boliviana. Comenzó a trabajar a los 7 años, primero con su familia en el campo y luego sirviendo en casas. Con su pareja decidieron migrar a Argentina para juntar un capital y así poder formar una familia propia. Aunque querían tener hijos no pudieron. Regresaría a Bolivia, pero nunca cuentan con el dinero suficiente para hacerlo)

Yo comencé en la prostitución por sacar adelante a mi hija, a mi madre y a un hermano pequeño que yo tenía de mi madre, y porque el padre de mi hija nunca se hizo cargo [...] y por darles una seguridad, que no les faltara de nada, yo les mandaba toda la plata que ganaba. Me vine por mi hija sí, porque ella ahora tiene una vida buena, una pareja, tiene unos suegros. Porque yo nunca quise que ella llevara la vida que yo llevé. Yo siempre quise que ella tuviera lo mejor. (María, migrante colombiana, 46 años. Llegó a España con 20 para ejercer la prostitución con el objetivo de enviar dinero a su familia. Lo que no sabía era que a su llegada los proxenetas que la contactaron le retirarían el pasaporte y la tendrían encerrada hasta saldar los supuestos costos del viaje)

Como señala Parella (2005), “las relaciones primarias de subordinación/dominación se sitúan en la esfera reproductiva, en el plano de la familia y se proyectan, después, sobre las relaciones sociales fuera del hogar” (p. 102). Así, la flexibilización y precarización del trabajo femenino tiene su origen en la familia, y la frontera, mediante el dispositivo legalidad/ilegalidad, da continuidad a estos procesos en el marco del Estado-nación. La política migratoria acaba de concretizar la política sexual familiar trazando trayectorias sociolaborales muy concretas para cada clase de mujer (Mahler y Pessar, 2001). El sentido de la responsabilidad inscrito en el mandato de género (Lamas, 2007) y las constricciones de la política migratoria impulsan las migraciones irregulares de brasileñas y colombianas en Portugal y España.

A mí no me tenían papeles y no me querían dar de alta. Yo era la interna, para cocinar venía esta chica andaluza, ella cocinaba y siempre hacía para mí, lo escondía porque si no, no me daban de comer y él era un médico famoso de Bilbao y ella era pariente de un escritor famoso o no sé qué […] Cada vez que la señora me iba a pagar me decía de todo, hasta de que me iba a morir, me echaba en cara de por qué me tenía que pagar. Y claro, mi familia allá en Colombia decía “¿y por qué será que Flora no dura en ningún trabajo?”. Porque ellos no sabían lo que yo estaba pasando aquí. (Flora, migrante colombiana. Llegó con 25 años a España desde Risaralda, donde dejó a su hija de 3 años al cuidado de su madre y hermanas. El padre de la niña nunca se hizo cargo. Consiguió traerla a vivir con ella tras casi 8 años separadas)

Desde la instauración del programa Patria Grande, la regularización de las bolivianas en Argentina es un proceso mucho más sencillo y rápido que el que enfrentan colombianas y brasileñas en los países ibéricos (Pombo, 2014; Padilla y Cuberos-Gallardo, 2016). La política inmigratoria del país y las redes provistas por una comunidad boliviana consolidada en Argentina, incentivan el asentamiento de las mujeres, facilitando así la reproducción de los brazos indios en los campos. Sin embargo, las lógicas de exclusión del Estado-nación superan la legislación migratoria. Aunque tener los papeles en regla da acceso a ciertos derechos, el desconocimiento de la cultura administrativa local y sobre todo la frontera inscripta en los rostros indígenas y en la tonada ayudan a contener a las mujeres en su sitio.

Rita, de 21 años, hija de agricultores bolivianos nacida en Argentina, relata el trabajo interminable que realizaban su madre y ella para conciliar la reproducción doméstica y la producción agrícola: 

Mi infancia… me enseñaron a trabajar a la par de ellos en la quinta desde los seis años. A los siete empecé a cocinar por mi cuenta. Ayudaba a mi otra hermana también a hacer las cosas de la casa. Después tuvo mi mamá otra hija, yo la crie con mi otra hermana porque mi mamá tenía que trabajar. En la quinta éramos nosotros nada más, y teníamos que trabajar para poder pagar el alquiler, la luz, para poder alimentarnos, y no podíamos salir a fin de mes. No nos alcanzaba la plata. […]Yo cocinaba. Lavar la ropa no podía, así que mi mamá venía a la noche, calentaba agua y lavábamos de noche la ropa. Y al otro día la colgaba. Y así lo pasábamos. O si no mi mamá baldeaba y todas esas cosas a la noche. Y eso, la limpieza básica, lavar los platos, tender la cama, lo hacía todo yo. A veces yo me cambiaba yo sola, me peinaba, me bañaba yo sola y ayudaba a bañar a mis otros hermanos.

El trabajo de “mantenimiento de la vida” (Pérez-Orozco, 2004, p. 9) que las bolivianas llevan a cabo en Argentina, es el mecanismo que fabrica a los peones que hacen girar la rueda de la producción de alimentos en el país. Esta actividad no es reconocida ni remunerada por el Estado ni por el mercado y, generalmente, tampoco dentro de la propia familia. En las quintas las mujeres trabajan a la par de los hombres, pero no son titulares de la tierra, de los vehículos o las herramientas y rara vez pueden disponer del dinero que ganan (Ambort, 2019). Más allá de su estatus de migrantes regulares, en su condición de mujeres-migrantes-bolivianas-campesinas son invisibilizadas e ignoradas como trabajadoras y como ciudadanas en un espacio que, como sucede con el trabajo doméstico, los cuidados, y la prostitución, no acaba de ser público ni privado; permaneciendo convenientemente al margen del control estatal (Anderson, 2007).

No, primerito [nos contrató a] nosotros. Después ya agarró otros tres más. Él [el patrón] así iba acomodando. Él no pagaba impuestos, no pagaba nada, agarraba y trabajaba todo en negro. Cuando iba la AFIP [inspección laboral] nos hacía esconder adentro de la casa y “No salgan de ahí” nos decía. Nosotros tontos nos escondíamos, yo digo que había que salir, ¿de qué teníamos miedo? ¿Qué nos iban a hacer a nosotros? Nos hacían creer que nos iban a deportar, que estábamos ilegal. No estábamos ilegal, si teníamos el DNI. Uno no sabe, a veces nos dicen “son ignorantes, son tontos”, pero capaz no sabían porque nunca salieron del campo, nunca han estudiado... qué sé yo. (Nimia, 29 años, productora rural boliviana, sobre la relación con el patrón al llegar a La Plata. Migró con su pareja y sus cuatro hijos porque les dijeron que en Argentina se ganaba mucho dinero. Al llegar se encontraron con una realidad muy diferente, precariedad económica e incertidumbre)

La situación de partida de brasileñas y colombianas —al tratarse habitualmente de mujeres solteras o separadas con hijos o familiares a cargo—, la etnosexualidad que se les imputa desde el imaginario iberoamericano compartido, y la ilegalidad que la frontera les impone; determinan el carácter feminizado de estos flujos en tanto las migrantes son adscritas en destino a regímenes de trabajo muy específicos (Malheiros y Padilla, 2015; Hurtado Sáa, 2017; Martínez-Buján, 2014; Oso y Catarino, 2013). Incorporadas en la esfera informal como domésticas, cuidadoras, camareras o prostitutas, los horarios interminables, la naturaleza de las tareas a realizar y los bajos salarios que perciben, inhiben la migración de los hijos u otros miembros de la familia, al menos al principio.

Las constricciones de la política migratoria impulsan a brasileñas y colombianas a migrar a Portugal y España solas y de forma irregular, con el fin de mejorar la vida propia y la de la familia extensa. Pero, además, la permanencia de seres queridos en origen que dependen de las remesas que envían, asegura la docilidad de las migrantes solas. Muy frecuentemente, el sentimiento de obligación para con los seres queridos que necesitan de ellas coarta a las migrantes a soportar situaciones de abuso y violencia. Cantidades ingentes de sufrimiento a cambio de no interrumpir los envíos de dinero. La angustia de fallar el compromiso adquirido y la culpa, pero también el rencor, son una constante en las experiencias migratorias de las mujeres brasileñas y colombianas en los países ibéricos.

Foi minha mãe que me ligou no trabalho [al prostíbulo] para me dizer. Só escutava chorar, não falava, só chorava, ‘A caçula morreu’. Mas como isso? Eu nem soube que minha filha ficou doente. Eu fui embora do Brasil deixando uma filha saudável, linda, linda... ¿você imagina? Eu aqui e minha filha lá morrendo sozinha. (Amélia, brasileña 45 años, 20 años en Portugal. Llegó desde Río para ejercer la prostitución y así poder sacar adelante a sus cuatro hijos, quienes quedaron al cuidado de su madre ya que sus respectivos padres nunca ejercieron como tales. Al tiempo de llegar a Portugal la niña más pequeña enfermó de meningitis y murió, tenía 5 años. Amélia no se perdona no haber estado junto a su hija)

7. La forma de la migración como condición de posibilidad de la emancipación femenina

La política sexual/migratoria de los países de destino resulta una determinante de la forma que asumen las migraciones de las mujeres. Por consiguiente, condiciona a su vez las oportunidades de emancipación ligadas al desarrollo de los proyectos migratorios femeninos.

El tipo de régimen sociolaboral a que son adscritas las migrantes bolivianas en la Argentina, su incorporación a la agricultura a través de redes de parentesco, frecuentemente de sus maridos (Magliano, 2013), las vuelve dependientes y las aísla. Lejos de sus propias redes de apoyo, la pobreza orquestada por las formas de acceso a la tierra, el desconocimiento de la burocracia local y la tenencia de hijos pequeños a cargo, dificultan que en la migración las mujeres enfrenten el despotismo de los esposos y se apropien de los frutos de su trabajo. La presencia ostentosa de los varones en el espacio social migratorio menoscaba la existencia de las mujeres como migrantes de motu proprio y como trabajadoras. En consecuencia, su condición femenina permanece inalterada en tanto siguen ocupando una posición subordinada en la casa y en la quinta con respecto a los maridos e incluso a los hijos. En este sentido la migración no impulsa la reversión de una humanidad construida como subalterna desde la infancia, y Argentina no es sino una continuidad de Bolivia (Ambort, 2019).

A diferencia de las migraciones de mujeres bolivianas a Argentina, la presencia no-protagónica de los varones en las migraciones feminizadas de colombianas y brasileñas, y su participación menor en las redes de apoyo a la migrante, favorece la emancipación de las mujeres participantes de la red. Si bien ya trabajaban y aportaban recursos al hogar antes, parece que solo con la migración se visibilizase el rol que migrantes proveedoras y sostenedoras en origen desempeñan en la supervivencia familiar (Gregorio, 2007). El control del dinero y el conocimiento que adquieren en su experiencia transnacional empodera a las migrantes, porque las instituye en figuras centrales de la economía doméstica y porque las convierte en la puerta de acceso a Europa para aquellos familiares y amigos que desean migrar. Pero, además, la confianza depositada en las sostenedoras para la recepción y administración de las remesas también inviste a estas de poder material y simbólico frente a la comunidad.

Ella era muy pendiente de nosotras, del estudio, de qué nos hacía falta. Los papás nunca respondieron por nosotras. Ella vino para acá sola, no conocía a nadie, se las guerreó y se las luchó hasta que se organizó. Ella ha sido muy puntual [con los envíos], ha sido muy berraca como decimos nosotros, nos sacó adelante. También ayudaba a mis otras tías que tenían hijos en la misma circunstancia [madres solteras/abandonadas], entonces lo que era para nosotras, para mi hermana y para mí, también era para mis dos primos con los que nos estábamos criando, para mis tías, para mi abuela y para toda la familia. (Lili, colombiana, 25 años, 2 años en España. Habla con orgullo de su madre, quien migró sola hace más de 20 años para mantener a distancia a sus dos hijas, a sus padres, a dos hermanas y a sus respectivos hijos. Todavía hoy, con sus hijas ya junto a ella, la madre de Lili continúa enviando dinero a Colombia)

8. De los cuerpos-dóciles a los cuerpos-trabajo: el disciplinamiento de las mujeres a ambos lados de la frontera

El análisis del material empírico sostiene que las formas de socialización al interior de los hogares y los primeros trabajos, preconfiguran la construcción de bolivianas, brasileñas y colombianas, como cuerpos dóciles destinados a la explotación en los sistemas de trabajo globalizado (Hill Collins, 1998; Parella, 2005). Marcadas sexorracialmente como cuerpos femeninos e indígenas, mulatos o mestizos, son educadas para encajar en relaciones de desigualdad. El trabajo doméstico que les es inculcado y exigido en tanto hijas en el seno familiar y en los primeros empleos como criadas, reproduce en cierto modo la servidumbre colonial, y disciplina el carácter y el cuerpo de las mujeres de las periferias latinoamericanas de cara al mantenimiento de las familias propias y ajenas, en sus trayectorias migratorias por el espacio transnacional.

As 7 horas da manhã eu já tinha que deixar preparado o café na mesa. Lavava, cozinhava, se eu dava tempo para tomar café tomava, se não dava não tomava. Os patrões comiam e saiam. Depois de eles comer era que eu comia, eu não comia com os meus patrões não, eu não me sentava com eles à mesa. E então eu me criei assim. Sempre menor. As pessoas mandam e eu obedeço. Essa foi minha criação. E minha mãe sempre como “Helena, fale menos, menos!”. Ela nunca se sentiu igual a ninguém, sempre menos, porque somos descendentes de escravos, então ela já vinha com aquilo arrastrado. Já viemos com aquilo de temos que obedecer, temos que… ser assim. Então para mim é um pouco difícil mirar para uma pessoa e falar… com que direito, entendeu? Eu não aprendi isso, eu aprendi sempre a calar, a suportar…. Você entende o que é difícil? Sim menina, na minha vida, de onde eu vim, as coisas são assim. (Helena, 40 años, 7 años en Portugal. Procedente de una familia negra muy humilde migró desde Brasil con la idea de mejorar las oportunidades de futuro de sus tres hijos. Conoció a su marido, portugués, en el club de Porto donde trabajaba. Helena soportó las palizas que le propinaba durante años porque él la amenazaba con denunciar a extranjería a los hijos reagrupados de ella)

Estos cuerpos-dóciles, ubicados en su sitio por la introyección del género y la raza, no asumen su posición, sin embargo, de manera irreflexiva. Los relatos de las mujeres reflejan su consciencia de la sobrecarga femenina y de la discriminación múltiple que sufren en tanto mujeres no-blancas y migrantes. Pero de nuevo, las expresiones de inconformismo encuentran su límite en el ejercicio de la maternidad o en la proyección de la propia existencia en otros que necesitan ser cuidados.

El trabajo de la mujer es más duro que el del hombre. Siempre es duro. Porque te tenés que levantar, mandar los chicos a la escuela, ir a trabajar a la quinta, volver, cocinar, lavar, limpiar […] No tenés descanso. Pero eso pasa, pasa en todo el mundo. Yo sé que pasa ¿por qué? Porque pensamos en nuestros hijos. (Betty, 39 años, agricultora boliviana, madre de 6 hijas. Salió de casa a los 14 a trabajar como empleada doméstica y a los 15 tuvo a la primera niña como madre soltera/abandonada. Volvió al campo y tuvo tres hijas más con una pareja que la maltrataba y finalmente las abandonó. Hace 10 años migró a Argentina para emplearse en la agricultura con su actual pareja, donde nacieron las dos niñas pequeñas)

9. Ser y hacer. La producción de la subalternidad en el mundo globalizado

La condición femenina va evolucionando a medida que las mujeres se desplazan por el continuum transnacional, sin embargo, las representaciones etnosexuales coloniales consiguen sobrevivir a las dislocaciones que les impone la frontera, reproduciendo formas de explotación de las que son producto y de las que depende últimamente su propia conservación.

En las sociedades capitalistas el trabajo deviene la práctica cotidiana de la identidad (Sennett, 2000). Bolivianas, brasileñas y colombianas se desempeñan desde el principio en actividades esenciales de las economías de destino: la producción de alimentos y la provisión de servicios y cuidados. Trabajos sucios que cargan con las marcas de la inferioridad signada por la colonialidad (Segato, 2015), que tienen que ver fundamentalmente con la sostenibilidad de la vida, que la hacen viable y vivible, que implican la nutrición de otros cuerpos con los cuerpos propios, también en las rutas de explotación sexual (Ehrenreich y Hochschild, 2003). El trabajo continúa disciplinando a las mujeres en los circuitos globales de supervivencia. Los cuerpos-dóciles de las mujeres, quemados por el sol y el esfuerzo, manchados por la tierra y la suciedad ajena, se van delineando como cuerpos-trabajo entrenados para asumir un lugar de subalternidad en el mundo; cuerpos que pueden (y deben) trabajar sin descanso.

Nada más llegar me empleé como camarera en un restaurante, estaba muy contenta, recién había llegado y ya tenía empleo. Se trabajaban como 11 horas, 12 horas, mis compañeras todas éramos extranjeras […]. Cuando me quedé embarazada el patrón no me despidió, continué trabajando y cuando la panza se me hizo muy grande y ya se me empezaba a ver me puso en la cocina, allí trabajé hasta que di a luz. Era muy duro por el peso que yo ya tenía, y por el trabajo de la cocina que es duro, hacía mucho calor, era muy pequeño y no había ventanas. No entraba el aire. (Diana, 34 años, colombiana. Migró a España con 19 años, al poco de llegar se quedó embarazada, vive con su hija adolescente a la que cría sola)

Yo no quiero que mis hijos hagan lo mismo, así, un trabajo sucio. Quiero que puedan tener su local, trabajar adentro, no todo el día al sol, en la tierra… eso quisiera para mis hijos. (Marta, 46 años, boliviana. A los 22 migró con su pareja a Argentina, han pasado por varias provincias hasta conseguir acumular cierto capital, poseen maquinaria y tierras en propiedad)

Procedentes de regiones rurales empobrecidas, para las mujeres bolivianas la agricultura es un trabajo conocido al que han sido habituadas desde niñas para colaborar en la economía de subsistencia familiar (Ambort, 2019; Benencia, 2005). El hecho de que las indias/cholas bolivianas se empleen como peonas en los cinturones hortícolas de los periurbanos argentinos, se presenta como una suerte de cadencia natural que las propias mujeres no cuestionan; del mismo modo que tampoco cuestionan el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos.

Los estereotipos acerca de la resistencia y laboriosidad de las bolivianas constituyen un capital racial que produce una doble discriminación. Al mismo tiempo que las encasilla como “buenas trabajadoras”, esforzadas y poco conflictivas, también existe en los imaginarios la idea de que, en su ambición, eligen las precarias condiciones de vida que llevan para no gastar su dinero en Argentina. Como contracara, en el plano subjetivo, esta voluntad de superación y capacidad de autoexplotación para mejorar, que las lleva incluso a migrar, es vista como una fortaleza frente a cuerpos “más débiles”, pero acaba por reproducir e internalizar las condiciones de posibilidad para su constitución como trabajadoras (y humanas) subalternas.

Todos los bolivianos trabajan. Argentinos hay muy poco que trabajan [la tierra]. Casi no escucho en la quinta que trabajen argentinos. Y así que llevamos lechugas a esas marchas que vamos. Los argentinos vienen de buenos zapatos, qué sé yo, buena ropa... miran la verdura. Tiene un poquito de tierra la verdura, y dicen “Está sucio, está con tierra”. Escuché así. ¡Pero si la verdura viene de la tierra! Así que no sé, siempre la verdura hay que lavarla. No la vas a comer así. La gente para mirar a otros tiene que ponerse… pensar y después hablar. Nosotros, como extranjeros, como bolivianos, no venimos a usurpar una tierra. Nosotros aquí pagamos luz, pagamos alquiler, no estamos viviendo gratis, no estamos viviendo del Gobierno, aquí nosotros estamos aportando. Aquí la luz se paga cara. (Nelly, 34 años, boliviana)

Las brasileñas y colombianas en Portugal y España suelen estar más presentes que otras migrantes en la industria del sexo (Hurtado Sáa, 2017; Piscitelli, 2008) y también son más frecuentes en servicios donde, como la restauración y el ocio nocturno, se da una exposición reiterada a la mirada masculina. Ocasionalmente, la hipersexualidad proyectada sobre sus cuerpos es rentabilizada por las mujeres también como capital racial en los negocios de estética y embellecimiento corporal que regentan (Malheiros y Padilha, 2015) e incluso aparece latente cuando se trata de trabajadoras domésticas y de cuidados. Anderson (2007) llama la atención sobre los celos sexuales que las empleadoras tienen de sus empleadas como una de las principales causas de la violencia que sufren muchas trabajadoras domésticas.

Pero la transición de las brasileñas y colombianas a los empleos precarizados del sector servicios y la prostitución en los países ibéricos, es un proceso que sucede de forma diferenciada en tanto las mujeres parten de una situación social de origen más heterogénea. Más allá de la nacionalidad y de los estereotipos asociados, otras variables relevantes de la construcción del cuerpo femenino como la clase o la edad determinarán el margen de maniobra de las mujeres, haciendo decantar dentro del universo de posibles, las trayectorias de las mulatas/latinas en España y Portugal. Aquellas mujeres provenientes de estratos sociales más altos, y especialmente si tienen estudios terciarios, serán más reticentes a entrar en los mercados sexuales. La edad, clave de la configuración corporal por su asociación con lo bello, también es relevante porque abre la puerta a las mujeres más jóvenes a mejores empleos en la hostelería y el comercio y también en la prostitución, mientras relega a las mayores a las cocinas y la limpieza.

Llegué aquí y me ofrecieron dos empleos, uno para llamadas calientes y otro para prostitución. El del call center el muchacho superamable, yo le dije que no tenía papeles y él “no hay problema”, pero cuando me dijo que eran llamadas eróticas… yo no, es que yo no me imagino diciéndole huevonadas a un tipo. Las chicas eran todas latinas porque además creo que eso es un gancho, por el acento… eran paisas, entonces ese cantadito, y “hola, mi amor”, ese cantadito seduce mucho. Y el otro, el señor no me dio buena espina desde el principio, era yo creo que como boliviano o peruano porque las facciones eran como andinas. Y él “bueno, realmente está aquí para trabajar con el cuerpo, pero se paga bien”, esa fue la forma que usó, trabajar con el cuerpo. Es increíble la imagen que tenemos, como si solo supiéramos hacer eso. (Inés, 30 años, colombiana, 2 años en España. En Bogotá era ilustradora y programadora de eventos, pero las jornadas eran agotadoras y el sueldo era bajo. Trabaja como empleada doméstica pero su plan es estudiar un máster en cuanto consiga los papeles)

Cuerpos sucios hacen trabajos sucios. Los trabajos que desempeñan las migrantes bolivianas, brasileñas y colombianas en Argentina, Portugal y España involucran el cuerpo de manera directa. En sus relaciones laborales se vinculan íntimamente los cuerpos-trabajo de las mujeres con los cuerpos a los que nutren, limpian, cuidan, embellecen y sirven, alimentos y bebidas y también sexo en distintos grados y formas. Las relaciones económicas se vuelven inevitablemente personales en tanto son los huesos y los músculos doloridos de una los que están en juego, en tanto es la mirada, las manos, la boca, los cabellos y el sexo del otro, y todas las sustancias intermedias entre ambos, el sudor, los excrementos, la sangre, las sobras, la tierra; los elementos que rondan la piel propia.

10. Conclusiones

Las migraciones de las mujeres brasileñas a Portugal, las colombianas a España y las bolivianas a Argentina están condicionadas por la historia colonial que vincula América Latina y la Península Ibérica. Condensadas en nacionalidades que no atienden a su heterogeneidad inconmensurable, bolivianas, brasileñas y colombianas, constituyen tres ejemplos de etnosexualidades (re)producidas en el sistema moderno/colonial de género y traficadas a través de las fronteras, para su desempeño en lugares concretos de los sistemas de trabajo globalizados. 

Este artículo aboga por una interseccionalidad ubicada en la colonialidad, para analizar comparativamente las migraciones femeninas Sur-Norte. El uso de esta aproximación teórico-metodológica permite comprender de qué manera los distintos sistemas de dominación se relacionan entre sí y afectan las trayectorias laborales y migratorias de las mujeres en cada contexto. En los testimonios cruzados de las migrantes se exponen los modos en que sexo y raza se articulan en el imaginario colonial iberoamericano compartido como instrumentos de estratificación geográfica y sociolaboral; instituyendo a las migrantes bolivianas, brasileñas y colombianas, en los cuerpos-trabajo denominados mulatas/latinas e indias/cholas.

El artículo apunta también a la centralidad del Estado-nación en la gestión de la macro-política de la globalización, porque en él cristalizan las representaciones culturales construidas durante el colonialismo y porque tiene soberanía, es decir, jurisprudencia para operar la frontera. La frontera es el instrumento que condensa en la nacionalidad los significados etnosexuales que permean la identidad de bolivianas, brasileñas y colombianas. A través de la política sexual/migratoria, los Estados-nacionales organizan los flujos y materializan las predestinaciones de la colonialidad por medio de la lógica regulación/desregulación. La frontera extranjeriza a las mujeres en sus respectivos destinos migratorios y las subhumaniza. En tanto no-ciudadanas de la Nación, sus derechos humanos fundamentales son negados, y regímenes de trabajo impensables para los locales se extienden naturalmente a las migrantes. Las mujeres migrantes bolivianas, brasileñas y colombianas como los sujetos colonizados de la Nueva Economía, encarnan la diferencia que sostiene el orden poscolonial de las cosas.

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