En las últimas décadas, la política migratoria de Estados Unidos se ha vuelto cada vez más restrictiva lo que ha implicado la externalización de sus fronteras, entre otras medidas (Vogt, 2020). A través de ciertos acuerdos bilaterales suscritos entre México y Estados Unidos desde principios del siglo XXI, México ha ido asumiendo cada vez un papel más prominente en la política migratoria estadounidense. El Protocolo de Protección de Migrantes (MPP) implementado en 2019, que obligaba a los migrantes a solicitar asilo a Estados Unidos desde el territorio mexicano; y posteriormente el Título 42, que fue aplicado durante los primeros meses de la pandemia por COVID-19 y que significó en la práctica el cierre parcial de la frontera norte de México, ha producido un incremento en los tiempos de espera de los migrantes que desean solicitar asilo. Esta circunstancia ha hecho que algunas autoras hablen de “atrapamiento” (Odgers-Ortiz, 2024; Odgers-Ortiz et al., 2023). El atrapamiento en contexto migratorio refiere a las experiencias de personas que se ven obligados a detener sus proyectos migratorios en lugares no elegidos por ellas y por tiempos indeterminados (Odgers-Ortiz, 2024; Odgers-Ortiz et al., 2023). Estos tiempos pueden ir desde semanas, hasta meses o años. De modo similar, en otros lugares, Twigt (2018) y Greene (2020) encuentran que las situaciones de espera de los refugiados configuran contextos de intensidad afectiva.
Desde enero de 2023, los migrantes que solicitan asilo a Estados Unidos desde México inician el proceso a través de una aplicación para teléfonos inteligentes llamada CBP One. La función de la aplicación es solicitar una cita con las autoridades migratorias estadounidenses —Customs Border Protection (CBP)—. Cuando los solicitantes de asilo obtienen su cita, acuden a uno de los puertos de entrada fronterizos y se les otorga un permiso para transitar por territorio estadounidense mientras esperan una nueva cita en la Corte, donde un juez decidirá si la persona es elegible o no para el asilo. Durante los primeros meses de su actividad, la aplicación presentó múltiples fallos, lo que sugiere que para las autoridades la migración es un asunto sobre el que se puede experimentar, sin tener en cuenta las consecuencias que para los migrantes tiene llevar a cabo sus proyectos (Kocher, 2023). Independientemente de los fallos que CBP One presentaba, y teniendo en cuenta las circunstancias sociales y económicas que los solicitantes de asilo atraviesan, la interacción diaria con la aplicación genera desesperación entre quienes esperan.
Este artículo se centra en las mujeres mexicanas solicitantes de asilo que viajan a la frontera norte de México solas o con sus hijas e hijos. Muchas de estas mujeres han sido víctimas de amenazas y de violencia por parte de sus propias familias, de sus exesposos y las familias de estos o del crimen organizado. Para muchas de ellas la obtención del asilo es una cuestión de vida o muerte y volver a sus hogares no es una opción. En las situaciones que atraviesan, la conexión con sus familiares y otras prácticas digitales hacen más soportable su espera y generan esperanza. Sin embargo, también se encuentran obligadas a establecer formas de desconexión, ya que de ese modo contienen, aunque sea precariamente, el miedo a ser halladas por las personas de las que huyeron. La afectividad circulante entre los teléfonos inteligentes y las mujeres no se produce en abstracto, sino en el contexto de lugares de espera como son los albergues. En la medida en que hay continuidades entre el espacio físico y el espacio virtual (Witteborn, 2014), los afectos circulan y resuenan sobre los cuerpos de las mujeres disminuyendo su capacidad de actuar.
En este trabajo se parte de la aportación de Hannah Morgan (2023) quien, desde la geografía, aporta el concepto “vivir (digitalmente) como migrante” para animar una agenda de investigación centrada en el análisis de las formas en que personas solicitantes de asilo y refugiadas (re)median los afectos emergentes de la gobernanza estatal a través de prácticas digitales cotidianas. Su enfoque insiste en la atención sobre las dimensiones corporales, imaginativas y afectivas en favor del análisis de las experiencias vividas en toda su complejidad. La propuesta de Morgan busca poner de manifiesto la importancia de lo digital en las formas en que los migrantes reafirman la vida en contextos de hostilidad administrada por el Estado. Esta investigación importa su propuesta a un contexto diferente y menos explorado en los llamados “estudios de migración digital” (Leurs y Smets, 2018): el de la migración hacia Estados Unidos.
Este artículo aporta a la comprensión de la gobernanza migratoria añadiendo la dimensión afectiva. Por otra parte, contribuye a los “digital migration studies” (Leurs y Smets, 2018) que ha tenido su centro de producción mayoritaria en Europa (Leurs y Smets, 2018; Moran, 2023); en particular, al cuerpo de literatura que ha prestado atención al rol de la tecnología digital y la afectividad (Greene, 2020; Leurs, 2019; Twigt, 2018; Wilding et al., 2020; Wilding y Winarnita, 2022; Witteborn, 2014). Gran parte de ellos han enfatizado las emociones que circulan entre los medios digitales y los cuerpos a partir de la lectura de Sara Ahmed, pero se ha prestado escasa atención a los afectos sobre la capacidad de actuar de los cuerpos (Clough, 2007; Deleuze y Guattari, 2004; Massumi, 2002). Por otra parte, la mayoría de autores que han explorado las formas de desconexión digital vinculada a la vigilancia refieren a las tentativas de evadir la vigilancia estatal (Cascone y Bonini, 2024; Dekker et al., 2018; Witteborn, 2014). El caso de las mujeres mexicanas solicitantes de asilo evidencia que las desconexiones pueden ir dirigidas a evitar el control y el riesgo de amenazas más inmediatas. Prestar atención a las prácticas digitales de las mujeres mexicanas solicitantes de asilo, además, permite cuestionar cierta tendencia a enfocarse académicamente sobre los proyectos migratorios de los hombres, lo que implica a su vez desafiar una dicotomía asociada, como es la de actividad/pasividad (Greene, 2020).
En la siguiente sección se exploran algunas propuestas relevantes en el análisis de los medios digitales, el afecto y el atrapamiento migratorio. A continuación, se expone la metodología seguida para la producción de datos y se describe el contexto de la investigación. Finalmente se analiza la dimensión afectiva y las prácticas digitales de las mujeres mexicanas solicitantes de asilo atrapadas en Tijuana, México, en tres pasos: primero, se introduce la sección empírica a través de un caso que sintetiza la experiencia y el lugar de las prácticas digitales entre ellas; segundo, se analizan los afectos implicados en la forma impuesta por el proceso de asilo estadounidense; tercero, se abordan las formas de conexión y desconexión digital y su potencial afectivo en el intento de hacer soportable la espera en los albergues.
Entre los estudios de migración digital, una dirección es la que siguen los académicos interesados en la conectividad y las emociones o la afectividad (Leurs y Patterson, 2020; Ponzanesi y Leurs, 2022). Hay ejemplos destacados en esta dirección (Greene, 2020; Leurs, 2019; Twigt, 2018; Wilding et al., 2020; Wilding y Winarnita, 2022; Witteborn, 2014), todos ellos retoman la propuesta de Sara Ahmed (2004, 2014), que destaca por ubicar la emoción entre sujetos o entre objetos y sujetos y no contenida en la persona.
En este artículo se siguen de cerca las ideas de Ahmed (2004, 2014)2, pero también las de otros autores que han reflexionado sobre los afectos en un sentido diferente (Clough, 2007, 2008; Gherardi, 2019; Massumi, 2002), sobre todo a partir de la lectura de Gilles Deleuze. Para Gilles Deleuze y Felix Guattari el afecto informa de lo que un cuerpo puede hacer. En sus relaciones, un cuerpo puede intercambiar acciones o pasiones con otros cuerpos (2004, p. 261). Desde este punto de vista, el afecto puede ser precariamente definido como la capacidad “para afectar o para ser afectado” (Massumi, 2002, p. 15), o como “el aumento o la disminución de la capacidad de un cuerpo para actuar, participar y conectarse” (Clough, 2007, p. 2). Desde estos puntos de vista, la emoción sería la captura lingüística del afecto (Massumi, 2002). Por su parte, Ahmed neutraliza la distinción entre afecto y emoción, aunque señala que la emoción se expresa también en el cuerpo. Ella señala que el cuerpo está conectado a la cognición, lo que anula las posibilidades de un exceso que vaya más allá de las emociones. En resumidas cuentas, aunque las personas no sepan expresar lo que sienten, el afecto siempre es capturable, aunque sea intuitivamente por un aprendizaje social anterior (Ahmed, 2014). Lo que estos autores comparten es la idea de que el afecto circula entre los cuerpos (Ahmed, 2004, 2014; Clough, 2007, 2008; Deleuze y Guattari, 2004; Massumi, 2002). Sin embargo, Navaro-Yashin (2009) ha señalado sugerentemente que esta circulación no impide que el afecto sea además producto de la proyección del sujeto. Para ella, esto resulta en una vuelta del sujeto, que estaba ausente en la teoría del afecto de Deleuze.
De entre quienes han vinculado el afecto a la digitalidad, las aportaciones de Twigt (2018), Leurs (2019) y Greene (2020) son de especial relevancia para esta investigación. Para (Twigt, 2018), el smartphone tiene “posibilidades afectivas”, entendidas “como la capacidad de los medios para transmitir afectos” (p. 2). El trabajo de Leurs (2019) conforma uno de los escasos ejemplos en los que la atención sobre el afecto deviene de una articulación entre las propuestas de Sara Ahmed y Gilles Deleuze. Leurs ha señalado la condición paradójica de lo que llama “trabajo digital de cuidado”, que genera afectos positivos y negativos. Por último, Greene (2020) ha identificado el potencial afectivo de algunas prácticas digitales entre mujeres en un campo de refugiados griego. De esta forma, informarse de noticias por medios no convencionales, mantener el contacto con familiares o tomar fotografías evidencian, para Green, la capacidad de agencia de las mujeres.
En relación a la gobernanza de la migración, la propuesta de Morgan (2023) subraya la importancia creciente de lo digital. Ella señala que debemos preguntarnos cómo la tecnología digital sirve como forma en que el Estado puede administrar hostilidad afectivamente y, a su vez, cómo los migrantes (re)median dicha hostilidad a través de diversas prácticas. Su propuesta se enfoca en los encuentros entre el Estado y las personas solicitantes de asilo y refugiadas y las formas en que estas afirman su vida. Estas formas ya no pueden entenderse dejando al margen las prácticas digitales. Una de las formas de poder que ejerce el Estado sobre los solicitantes de asilo es a través de la ralentización de los tiempos en los procesos de asilo (Bourdieu, 1999; Eriksen, 2021; Morgan, 2023), algo que se ha producido de hecho en la espera de los migrantes que quieren llegar a Estados Unidos (Gil Everaert, 2021; Odgers-Ortiz, 2024; Odgers-Ortiz et al., 2023). Estas formas de gobernanza de la migración sugieren operaciones de “contención” (Tazzioli y Garelli, 2020). A partir del análisis de la política fronteriza europea, Hess (2012) introduce el término “atrapado en la movilidad” (stuck in mobility) que puede entenderse como una crítica a la categoría “migración de tránsito” por su sesgo político. Partiendo de la misma crítica, pero enfatizando la dimensión fenomenológica Odgers-Ortiz et al. (2023) han propuesto el concepto de “atrapamiento” que remite a una condición vivida en la que las personas son detenidas en lugares no elegidos y son forzadas a esperar durante periodos de tiempo indeterminados. Esta condición se experimenta con “incertidumbre, precariedad e inseguridad” (Odgers-Ortiz et al., 2023, p. 626). En el caso de las personas solicitantes de asilo mexicanas, esta condición está a menudo relacionada con situaciones de violencia en sus lugares de origen. En estas circunstancias, las personas se ven imposibilitadas de volver a sus hogares y se sienten inseguras permaneciendo en México ante el riesgo de ser encontradas. En el contexto de los campos de refugiados en Grecia, Tazzioli (2022) ha analizado el rol de la tecnología digital en la gobernanza de la migración y ha señalado que se caracteriza por la obstrucción y la desorientación. Este es el caso de las solicitantes de asilo mexicanas en el norte de México. Sin embargo, en esta región la hostilidad es actualizada en formas afectivas y emocionales a través de la imposición de la interacción con las autoridades migratorias a través de una app dispuesta directamente para ello, lo que hace que la frontera se traslade a los teléfonos inteligentes (Kocher, 2023).
Es necesario advertir sobre la importancia de tomar en cuenta el uso del smartphone en el contexto específico, sobre todo teniendo en cuenta la dificultad de sostener una distinción terminante entre lo online y lo offline (Gómez Cruz, 2017; Miller y Horst, 2012; Witteborn, 2014; Zani y Cockel, 2022). Como ha visto Witteborn (2014) en el caso de los refugiados en Alemania, los espacios digitales y los espacios físicos están vinculados y solo tomándolos de esa forma se pueden comprender las prácticas de los migrantes forzados en ambos espacios. De esta forma, habría que añadir la dimensión contextual a las “posibilidades afectivas” (Twigt, 2018) de los teléfonos inteligentes.
Este artículo tiene por objetivo analizar el rol de lo digital en las experiencias afectivas de las mujeres solicitantes de asilo mexicanas atrapadas en Tijuana. Para ello, se basa en una investigación etnográfica realizada desde finales de enero de 2023 hasta septiembre de 2024. Se ha realizado observación participante en dos albergues en Tijuana, donde se han desarrollado talleres de aprendizaje del inglés (nivel básico) y talleres de seguridad digital. Se ha tratado permanentemente de romper la asimetría que pudiera establecerse en la relación maestro-alumno al no establecer normas estrictas en las clases, pasando tiempo en los albergues más allá de las horas de clases o conversando informalmente con los huéspedes. Esto ha permitido realizar entrevistas en profundidad a 41 personas de diversos países de Latinoamérica. Para este artículo se analizaron las quince entrevistas (tabla 1) hechas a mujeres mexicanas que viajan solas, con otras mujeres o con menores a su cargo. En la gran mayoría de los casos, el principal motivo para migrar es la violencia de parte de sus exparejas, de las familias de estas, de sus propias familias o del crimen organizado. Estas mujeres entienden que volver a sus hogares no es una opción y se sienten inseguras en territorio mexicano ante la posibilidad de ser encontradas por las personas que las amenazan. Así, sus experiencias de atrapamiento se viven de formas particulares en los albergues y sus prácticas digitales se mueven en un complejo equilibrio de conexiones y desconexiones.
Al inicio de la investigación el interés recayó sobre las trayectorias migratorias y por la experiencia del atrapamiento, cuestiones relativas a la salud/enfermedad y las prácticas religiosas. Un primer bloque de las entrevistas exploraba las razones para la migración, las trayectorias de movilidad y las dificultades encontradas en ellas. Un segundo bloque estaba destinado a conocer las principales enfermedades o malestares emocionales, sus causas percibidas y cómo enfrentaban estas condiciones. A partir del mismo, se hicieron evidentes los malestares que provocaba el uso de CBP One y las prácticas digitales desplegadas para aliviarlos. Un tercer bloque de la entrevista respondía a un interés por las prácticas religiosas en los procesos migratorios. Las entrevistas han sido codificadas y analizadas con la ayuda del software Atlas.ti.
| Pseudónimo | Edad | Nivel de estudios | Estado de procedencia |
|---|---|---|---|
| Zoe | 21 | Secundaria | Michoacán |
| María | 33 | Secundaria | Michoacán |
| Meredith | 28 | Licenciatura | Michoacán |
| Magui | 26 | Preparatoria | Guerrero |
| Ana | 35 | Licenciada | Oaxaca |
| Lizeth | 24 | Puebla | |
| Carolina | 33 | Secundaria | Michoacán |
| Elisabeth | 40 | Licenciada | Michoacán |
| Alejandra | 51 | Primaria | Estado de México |
| Daniela | 31 | Primaria | Oaxaca |
| Patricia | 24 | Licenciada | Guerrero |
| Belinda | 20 | Preparatoria | Guerrero |
| Adriana | 38 | Secundaria | Guerrero |
| Irma | 27 | Oaxaca | |
| Mariana | 26 | Secundaria | Guanajuato |
El MPP dispuso como condición que los solicitantes de asilo debían iniciar el trámite desde territorio mexicano. Es difícil saber cuántas personas solicitan asilo a los Estados Unidos desde México, sin embargo, algunas cifras pueden resultar ilustrativas de la dimensión del fenómeno migratorio en esta región. Por ejemplo, en 2022 se emitieron aproximadamente 74 mil tarjetas de residencia permanente a extranjeros en México y se estima que 444 439 personas se hallaban en situación irregular en México (Fundación BBVA y Secretaría de Gobernación, 2023, pp. 88-92). Se estima que en 2023 aproximadamente la mitad de personas que se albergan en los refugios del norte de México eran mexicanos (ACNUR, 2024, p. 10). En el año 2023, CBP One distribuyó 413 320 citas, 80 800 de ellas fueron asignadas a personas mexicanas (La Verdad, 2024).
Desde agosto de 2024, los migrantes extranjeros podían obtener una cita en CBP One desde el centro y el norte del país y desde los estados de Chiapas y Tabasco. Las personas mexicanas pueden solicitarlas desde cualquier lugar del territorio nacional. Antes de ese cambio, las personas debían solicitar su cita en la aplicación desde el centro y el norte del país. Por tanto, aunque no han dejado de llegar personas a las ciudades fronterizas del norte de México, desde agosto de 2024 estos flujos se han reducido, algo que ha evidenciado la baja ocupación en los albergues. Para finales de septiembre de 2024, muchas de las personas que llegaban a Tijuana lo hacían con una cita obtenida en la aplicación CBP One, por lo que pasaban en Tijuana apenas unos días. Cuando los solicitantes de asilo llegan a Tijuana suelen residir temporalmente en albergues para migrantes. A finales de 2024, en Tijuana existían 33 albergues de distintas características. La mayoría surgen de iniciativas privadas y no tienen financiación o ayudas públicas, y muchos de ellos son religiosos. Algunos de estos albergues exigen un pago y algunos son gratuitos y solo se les pide a los residentes realizar actividades de limpieza, cocina y mantenimiento diario del albergue. Los albergues suelen imponer un plazo temporal para que las personas permanezcan en ellos, aunque este puede ser flexible dependiendo de las circunstancias de las personas. Las mujeres acompañadas de menores tienen más dificultades para encontrar trabajo y alquilar un espacio donde vivir, de modo que los albergues suelen extender sus plazos. A su vez, los albergues disponen de normas para la convivencia y estrictos horarios de entrada y salida de personas del lugar, de comidas, de retiro a los dormitorios, etc.
Los albergues donde se ha realizado el trabajo de campo son diferentes entre sí. Se hizo voluntariado en un albergue para mujeres y menores entre enero de 2023 y agosto del mismo año. El albergue es católico y tiene capacidad para 100 personas, aunque no siempre se completó el aforo. El albergue es gratuito, aunque las mujeres tienen que cumplir con un horario de deberes establecido. El lugar se sitúa cerca de la zona céntrica de Tijuana y cerca del puerto de entrada fronterizo de San Ysidro. Desde afuera, el albergue puede confundirse con una de las casas del barrio, aunque dispone de una valla metálica que dificulta la entrada desde el exterior. Tiene un patio central y algunas estancias donde se realizan distintas actividades. Los lugares de uso común tienen cámaras de vigilancia. Las normas en el albergue son estrictas y se necesita un registro para salir de él. A las mujeres no se les permite estar en los dormitorios si no es en la noche, cuando van a dormir. El albergue tiene conexión a internet, aunque se prohíbe el uso de los teléfonos inteligentes cuando las mujeres van a descansar.
Asimismo, se ha desarrollado voluntariado en otro albergue entre enero de 2023 y octubre de 2024. Es un albergue mixto para 40 personas, aunque desde agosto de 2024 difícilmente podían encontrarse a más de 15 personas en él. Como el anterior, el albergue es gratuito a condición de que las personas cumplan ciertos deberes asignados. El lugar se encuentra en la zona este de la ciudad, en un área periférica. El albergue nació de la iniciativa de un pastor evangélico ante la llegada de migrantes haitianos a la ciudad en 2016 y se construyó junto a una iglesia bautista. Tiene un patio central donde los migrantes pasan la mayor parte del tiempo. A los migrantes no se les permite estar en los dormitorios si no es en la noche. El albergue tiene conexión wifi y, aunque no existen normas para el uso de los dispositivos digitales, se aconseja a los residentes que eviten su uso en la noche mientras otras personas duermen.
María es una mujer de 33 años y llegó a Tijuana con sus cuatro hijos menores. Su esposo viajó a Estados Unidos de forma irregular y ella vivía en un pueblo del centro-oeste de México junto a la casa de sus suegros y sus cuñados. Allí fue maltratada por la familia de su esposo y fue diagnosticada de depresión. En sus palabras: “no tenía ganas de vivir, ni de comer, ni de hacer nada”. Cuando empezó a recibir amenazas directas hacia su vida y la de sus hijos, decidió viajar a Tijuana para conseguir su cita con las autoridades migratorias estadounidenses y comenzar su proceso de asilo. Al llegar a Tijuana decidió romper teléfono y su tarjeta SIM para bloquear toda posibilidad de continuar recibiendo mensajes amenazantes: “Llegando a Tijuana lo tiré. Le quité el chip, lo quebré, lo apachurré. Igual apachurré el teléfono. Lo descompuse totalmente porque traía mensajes amenazantes”.
Después de dormir en el aeropuerto y en un albergue mixto durante pocos días, obtuvo acceso a un albergue para mujeres y niños. Aunque declaraba que su conocimiento acerca del funcionamiento de la tecnología era escaso, activó cada día su registro en la aplicación CBP One desde el teléfono de su hija. Se despertaba cada mañana a las 4 am para comenzar a hacer el registro y tenerlo listo para las 6 am, hora en el que durante los primeros meses de la aplicación se debían activar los registros. María se sentía agotada, apenas podía dormir. Como ella señaló acerca de CBP One: “para mí no es ayuda, esto es más bien ponerte otro muro más del que ya tienen en la frontera porque no es tan fácil sacar una cita”.
Durante el día, ella sentía miedo de salir del albergue, sobre todo con sus hijos menores, aunque debía hacerlo para lavar su ropa. Le aterrorizaba la idea de que la encontraran los familiares de su esposo o de que les sucediera algo malo a sus hijos en una ciudad peligrosa como Tijuana. Aunque se sentía segura en el albergue, no se sentía como en su hogar. Contaba que estaba volviendo a experimentar los síntomas de la depresión. Se dedicaba a pasar el mayor tiempo posible en el albergue realizando las tareas que le asignaban y sentada en el patio hasta que llegara la hora de dormir.
Para tratar de conciliar el sueño, usaba el teléfono de una de sus hijas para leer publicaciones en Facebook, que ella usa con un perfil con un pseudónimo. Desde que está en Tijuana, solo habla por teléfono con su esposo, que le da ánimos para que aguante hasta conseguir una cita en CBP One, y con su madre. Por motivos de seguridad, María no le ha dicho a su madre el nombre del albergue donde reside. Resumía su experiencia como desesperante y estresante.
Unos días después de entrevistarla, María dejó de asistir a las clases de inglés. Las mujeres dijeron que había tenido que irse a otro albergue porque las personas que la perseguían habían conocido su ubicación.
Aunque con particularidades, el caso de María ilustra bien cómo en el contexto de atrapamiento migratorio en el norte de México los medios digitales participan afectivamente en la experiencia de las mujeres mexicanas que huyen de sus hogares en busca de un futuro digno en Estados Unidos. En adelante se analiza en profundidad la dimensión afectiva del atrapamiento migratorio entre las mujeres mexicanas solicitantes de asilo. Este análisis aparece dividido en secciones por razones heurísticas, pero a un nivel empírico y fenomenológico la afectividad discurre entre cuerpos frecuentemente de forma inseparable.
Las propias palabras de María apuntan a lo que algunos autores han llamado “frontera digital” (Chouliaraki y Georgiu, 2022). La implementación de la aplicación CBP One no es sino otra forma de extender las fronteras a un espacio extraterritorial (Diminescu, 2008; Kocher, 2023), pero que no por ello está exenta de las dinámicas materiales de la afectividad. Los migrantes que buscan asilo en Estados Unidos encuentran los desafíos que impone el lenguaje del derecho internacional acerca de los procesos burocráticos de asilo (Ordóñez, 2008), pero también el lenguaje de lo digital (Tazzioli, 2022). Para Kocher (2023), esto ha supuesto implementar nuevas barreras digitales a los migrantes que buscan llegar a Estados Unidos. Aproximadamente la mitad de los solicitantes de asilo que se entrevistaron, con independencia de su género o nacionalidad, necesitaban ayuda para descargar una aplicación en sus teléfonos, generar una cuenta de correo electrónico o para conectar su ubicación. Estas acciones son condición necesaria para obtener una cita en CBP One y, con frecuencia, las personas debían pedir ayuda a otras para usarla.
CBP One introduce una diferencia clave en relación a la temporalidad. Antes de convertirse en la única manera de iniciar el proceso de asilo desde México, los migrantes se anotaban en unas listas informales que gestionaban algunas organizaciones de la sociedad civil en Tijuana. Dichos listados organizaban el acceso a las cortes estadounidenses para solicitar asilo. Aunque no conocían los tiempos de espera, los solicitantes de asilo podían ver que sus nombres avanzaban en el listado a diario. Una vez que obtenían un turno, iniciaban sus visitas a la corte en Estados Unidos, a la que viajaban desde Tijuana. Cuando las personas iban a la corte, conocían siempre el tiempo de espera hasta la siguiente cita. Con la aparición de CBP One, las citas se distribuyen aleatoriamente, por lo que la persona desconoce el tiempo de espera y no puede orientarse temporalmente, aunque sea de forma precaria, en el proceso de asilo. A diario se distribuían 1450 citas entre los usuarios y las usuarias de la aplicación. Un informe (Leutert y Yates, 2024) señalaba que el 60% de las citas eran asignadas aleatoriamente, mientras que el resto se repartía entre las personas que habían estado esperando más tiempo. Además, en el documento se expone que las citas que se distribuían entre personas de nacionalidad mexicana estaban limitadas para asegurar que otras personas de nacionalidades diferentes tuviesen acceso a ellas. Sin embargo, en una de las reuniones informativas de ACNUR México en el albergue mixto donde se desarrolló el voluntariado, las personas representantes de la agencia señalaron que todas las citas se distribuían aleatoriamente, si bien un 60% se repartía entre los usuarios de la aplicación más antiguos y el resto entre los usuarios más recientes. Además de que la posibilidad limitada de orientarse temporalmente en la espera ya no era una posibilidad después de la aparición de CPB One, las informaciones que circulan sobre su funcionamiento son a veces contradictorias, aportando mayor desorientación si cabe en condiciones de gran vulnerabilidad.
Para obtener su cita con las autoridades migratorias, los solicitantes de asilo tienen que llenar un registro y activarlo una vez al día, aunque los horarios para hacerlo han cambiado desde enero de 2023. Todo lo que tienen que hacer después de activar el registro es esperar. Las personas esperan a una hora determinada donde conocerán el resultado de su solicitud. La instantaneidad que cabe esperar de la conectividad digital choca con los ritmos de las administraciones estatales. Esta es una forma de administrar la hostilidad a través del aplazamiento y la espera (Morgan, 2023), cuyos efectos se intensifican en las circunstancias en las que viven los solicitantes de asilo fuera de su hogar, en los albergues concretamente.
Durante los primeros meses de la puesta en marcha de CBP One, se registraron numerosos fallos en la aplicación, como el bloqueo o el cierre instantáneo de la misma o los fallos en el sistema de reconocimiento facial. Esto generó confusión entre los solicitantes de asilo, quienes atribuían los fallos a aspectos infraestructurales, como la calidad de la señal de internet o de sus teléfonos inteligentes. Para Kocher (2023) estos fallos constituyen formas de imponer más barreras al proceso de asilo y deben ser interpretados como políticos pues tienen importantes repercusiones para los solicitantes de asilo. Estos fallos generaban aún más frustración a las mujeres mexicanas que durante los primeros meses de 2023 trataban de activar su registro con éxito. Esto las llevaba a probar con los teléfonos de sus acompañantes, a reunirse en los espacios del albergue con mayor capacidad de conexión wifi o a hacer recargas de teléfono no planeadas. En medio de esta frustración, Ana, una mujer de 35 años, lanzó su teléfono contra el suelo, lo que señala directamente a la afectividad que discurre entre los teléfonos inteligentes y las solicitantes de asilo. Meredith, una mujer de 28 años que viajaba con su hijo, decía acerca de CBP One: “Es muy muy frustrante … es estresante, es cansado vivir de un celular. Porque yo desde que llegué a Tijuana no lo he soltado para estar en la aplicación”.
Las mujeres mexicanas hablan de desesperación y estrés cuando se refieren a su experiencia de solicitud de asilo. El miedo a ser encontradas o amenazadas, algo sobre lo que se hará énfasis en la siguiente sección, intensifican su desesperación y ambas emociones se vuelven inseparables. Ellas no pueden volver a sus hogares ni pueden continuar con sus proyectos vitales y, por ello, la desesperación que sienten tiene que ver con la imposibilidad de vivir un presente más allá de la espera y de proyectar un futuro digno, a salvo de sus perseguidores. La espera que implica la condición de atrapamiento para las mujeres mexicanas y para otros solicitantes de asilo no significa que la obtención de una cita sea una certeza. El hecho de obtenerla, genera cierto ánimo efímero entre otros residentes de los albergues, ya que es la confirmación de que el sistema funciona o una señal —incierta— de que cada día que pasa es más probable obtener una cita. Pero el optimismo se ve socavado en el transcurso de los días sin resultados positivos. Para Bourdieu (1999, p. 302), estas formas de aplazar manteniendo la idea de que la espera tiene sentido es una forma evidente del ejercicio del poder. En la misma línea Eriksen (2021) señala que “los futuros posibles imaginados por las personas migrantes esperando para su estatus legal no están simplemente ‘puestos en espera’; más bien están siendo saboteados y usurpados activamente” (p. 58). Los lentos ritmos impuestos por el proceso de asilo se articulan con la organización de los espacios de espera. Los horarios rígidos de los albergues pautan los tiempos de comida, de limpieza, de cocina, de aseo personal, de ir a la cama o de cierre de puertas. Con respecto a la temporalidad impuesta en la espera, Mariana, una mujer que huyó de Guanajuato con sus dos hijos, expresaba que “todos los días son iguales, el tiempo no avanza”. En estos contextos, la voluntad de las personas se ve coartada y uno de los pocos espacios para ejercer su agencia es precisamente el entorno virtual. La lentitud y la repetición forman parte de la desesperación de las mujeres, lo que además tiene resonancia en sus cuerpos.
María hablaba de la depresión como la desgana para vivir o hacer algo y señalaba que estaba volviendo a experimentar esos síntomas3. El de María puede ser leído como un caso extremo, pero la afectividad sobre los cuerpos de las mujeres en contexto de atrapamiento es más general.
La lentitud que impone la interacción con CBP One se ve reforzada por los horarios restrictivos de los albergues y se deja sentir en los cuerpos. En estos contextos, los cuerpos se mueven aletargados conforme al lento transcurrir del tiempo, estos ritmos contrastan con el entusiasmo de los niños más pequeños cuando juegan entre ellos y corren alrededor de los adultos. Magui, una mujer de 26 años, relacionaba la temporalidad y la capacidad de actuar de la siguiente forma:
Lo que más afecta es eso, la aplicación. Pues te paras día a día y no te sale nada [un resultado positivo en CBP One] y hasta las responsables nos han visto bajas de ánimo. Yo siento que la mayoría es eso lo que sentimos aquí, la tristeza, la impotencia. Sientes que estás muy cerca y, a la vez, muy lejos de llegar a Estados Unidos. (Magui, marzo de 2023)
El plegamiento de los cuerpos a la temporalidad impuesta se veía agravado, en los primeros meses de actividad de CBP One, por el cansancio que provocaba despertarse en la madrugada para realizar los registros en la aplicación. Durante las clases de inglés era muy común en el albergue de mujeres que algunas de las alumnas se durmieran. Algunos procedimientos vinculados a CBP One han ido cambiando con el tiempo, lo que tiene repercusiones en la desorientación de los solicitantes de asilo (Tazzioli, 2022). Después de mayo de 2023, los horarios para solicitar la cita digitalmente fueron ampliados. Este cambio permitió a las mujeres descansar mejor, pero no evitó que las personas se sintiesen desesperadas, impotentes y neutralizadas, durante la espera en los albergues.
El proceso de asilo a través de lo digital, en las circunstancias en las que viven los solicitantes de asilo, trata de disuadir emocionalmente a las personas a buscar otras alternativas. Belinda (20 años), viajó a Tijuana con su madre y su hermana. Para ella el proceso de asilo a través de CBP One era estresante y agotador. Residió en el albergue evangélico mixto durante más de cinco meses. Pero el proceso las desanimó. No podían volver a su hogar en el estado de Guerrero porque su hermano las había expulsado de su hogar, de modo que fueron a la Ciudad de México a vivir por su cuenta. En estas circunstancias, como ha escrito Eriksen (2021), la decisión de esperar puede ser entendida como una forma de agencia. En este contexto, el atrapamiento es más soportable con el despliegue de prácticas digitales a través de sus smartphones. Pero, aunque se ha señalado que el teléfono inteligente puede ser un salvavidas para los migrantes forzados (Alencar et al., 2019), el caso de las mujeres mexicanas demanda la atención sobre cómo las (des)conexiones evidencian potenciales afectivos.
Morgan (2023) reclama atención sobre las prácticas digitales que los migrantes despliegan en respuesta a la administración de la hostilidad por parte del Estado, dado que ellas nos hablan de cómo hacer más soportable la espera, aunque sea de un modo efímero. Algunos autores han señalado que el smartphone puede ser una forma de llenar el tiempo vacío de la espera (Eriksen, 2021) o una forma de entretenimiento (Alencar et al., 2019). En el caso de las mujeres mexicanas solicitantes de asilo, algunas de estas prácticas tienen un sentido religioso, como ver vídeos de predicaciones o música evangélica, leer la Biblia online, etc. Otros autores indican que conectarse con amigos o familiares es uno de los “potenciales afectivos” (Twigt, 2018) que ofrece la conexión digital (Cascone y Bonini, 2024; Greene, 2020; Leurs, 2019; Twigt, 2022; Wilding et al., 2020; Witteborn, 2014). Aunque esto es cierto no se puede concluir que las mujeres mexicanas solicitantes de asilo busquen una conectividad permanente (Awad y Tossell, 2021; Cascone y Bonini, 2024; Leurs, 2019; Witteborn, 2015).
María llegó a destruir su tarjeta SIM y su celular por el miedo que le provocaba la posibilidad de que las amenazas de la familia de su esposo continuaran y de ser encontrada. De acuerdo con Ahmed (2004), “el miedo abre historias pasadas que se adhieren al presente” (p. 126) y “el miedo se intensifica en la imposibilidad de su contención” (p. 124). El miedo se implica en la desesperación que María siente, como en el caso de otras mujeres. Como ella, muchas mujeres mexicanas que esperan en albergues en Tijuana su proceso de asilo practican alguna forma de desconexión digital para tratar de bloquear la posibilidad de ser encontradas o amenazadas por sus perseguidores. Esta inmovilidad digital que se impone a través de los intentos de contener el miedo tiene continuidad en el espacio físico, como se evidenciará más adelante. Pero además de desconectarse, las mujeres mantienen formas de conexión que les ayuda a suspender la temporalidad impuesta (Eriksen, 2021; Morgan, 2023), ya sea a través del entretenimiento, las prácticas religiosas digitales o a través de la comunicación con la familia. Los contactos con las personas que han dejado en sus lugares de origen también se ven reducidos porque, para estas mujeres, aumentan las posibilidades de ser encontradas. Pero los solicitantes de asilo en general tienen que demostrar que tienen un patrocinador que les dé apoyo al llegar a los Estados Unidos. Por ello, las solicitantes de asilo mexicanas se comunican con frecuencia con las personas que las esperan en su destino, con sus hermanos, sus primos, sus tíos, sus hijos, etc.
Algunas mujeres optan por dejar de utilizar cualquier red social o limitarlas al máximo. Elisabeth (40 años) viajaba con sus dos hijos y se hospedó en el albergue para mujeres. Salió de su pueblo en Michoacán porque su exesposo la amenazó con quitarle a sus hijos. Antes de marcharse, y siguiendo los consejos que recibió de un psicólogo, tomó una decisión: “fui desconectándome poco a poco de mis redes sociales para no causar controversia, porque él sabe todo lo que hago”. Aunque este proceso fue progresivo, dejó de usar sus redes sociales totalmente cuando llegó a Tijuana. Elisabeth ha cambiado de número de teléfono para elegir quien puede comunicarse con ella a través de WhatsApp. A diario tiene breves contactos con sus padres para comunicarles que está bien. En el albergue se ocupa de la búsqueda de oraciones en internet. Elisabeth encuentra en estas búsquedas el consuelo, la esperanza y el impulso para seguir esperando en Tijuana.
El caso de Carolina (33 años) es similar y ha limitado las comunicaciones con su familia, evitando todo lo que puede el uso de redes sociales para protegerse a ella misma y a sus dos hijas. Ella se interesó por la descarga de películas para que las pudiese ver en las tardes en su teléfono inteligente y olvidarse así durante un rato de su situación. Solo tiene contacto por WhatsApp con su prima y su hermana, que son quienes dan noticias al resto de su familia, y con su tía, que la espera en Estados Unidos. Algunas veces habla con su hermana por teléfono o hacen videollamadas, lo que en ella tiene un efecto ambivalente porque, al tiempo que se siente animada con las palabras de su hermana y esto le impulsa a mirar hacia el futuro, se siente triste al darse cuenta de que es posible que, una vez que consiga llegar a Estados Unidos, no vuelva a encontrarse con su familia.
Adriana tiene 38 años y residió en el albergue mixto con sus dos hijos adolescentes durante 10 meses. Al igual que María, ella usa un perfil de Facebook con un pseudónimo, lo que para Cascone y Bonini (2024) supone una forma de desconexión espacial. Ella piensa que ocultarse bajo un perfil falso le ha facilitado no ser encontrada por su exesposo. Para entretenerse ve películas con su hija en el teléfono y así se olvida temporalmente de la espera. Ella solo se comunica con dos de sus primos, que residen en la Ciudad de México, y con su hermana, que la espera en Estados Unidos. Su hermana, por lo general, prefiere hablar con ella a través de una videollamada, pero Adriana es consciente de las posibilidades que ofrece este medio para la interpretación de las emociones (Leurs y Patterson, 2020, p. 588). Por este motivo, cede a los deseos de su hermana para tranquilizarla, pero trata de evitarlas cuando piensa que su hermana puede darse cuenta de que está desesperada. Cuando se comunicaba con su hermana, Adriana se sentía motivada para mirar hacia el futuro.
Los casos apuntan a lo que Leurs (2019) ha llamado “digital labour care” para mostrar la paradoja encerrada en el cuidado de otros cuando esto puede afectar negativamente. Para lidiar con estas situaciones, dentro de unas posibilidades limitadas, las mujeres mexicanas utilizan distintos medios de cara a la gestión emocional (Madianou y Miller, 2013). Los afectos que circulan entre el teléfono inteligente y las mujeres las ayuda a mirar al futuro (Greene, 2020; Twigt, 2018) y las desconexiones responden a la contención parcial del miedo y, así, del pasado. Por otra parte, algunos autores han evidenciado que algunas prácticas digitales constituyen formas de hacer frente a la vigilancia estatal (Cascone y Bonini, 2024; Dekker et al., 2018; Witteborn, 2014). En el caso de las mujeres mexicanas solicitantes de asilo, el miedo circula entre las posibilidades digitales de ser encontradas por sus familias o por su exesposo y los familiares de ellos. Lo que está en juego en los movimientos entre sus (des)conexiones es muchas veces su vida y la de sus hijos e hijas.
El intento de contener el miedo a través de la desconexión digital tiene continuidad en el espacio físico. Fuera de lo digital es el cuerpo el que se contiene y se confina en los albergues. La mayoría de las mujeres que viajaban con menores trataban de limitar al máximo sus salidas de los albergues. Hay casos, como el de Ana, en el que la movilidad se ve afectada en el propio espacio del albergue. Ella evitaba situarse junto a la puerta del patio del albergue porque temía ser detectada por el grupo criminal que la amenazó.
El miedo a ser encontradas y amenazadas se enreda con la desesperación que estas mujeres sienten durante la espera en los albergues. Como ha escrito Sara Ahmed: “el miedo funciona restringiendo algunos cuerpos a través del movimiento o la expansión de otros” (Ahmed, 2004, p. 127; 2014, p. 69). Como se ha visto, las mujeres limitan sus conexiones para tratar de contener las posibilidades de ser acechadas. La inmovilidad digital tiene su correlato en el espacio físico y las mujeres que temen ser encontradas o perseguidas evitan salir de los albergues. Las mujeres viven en los albergues bajo la disposición de normas ajenas y con personas que no conocen. En estos espacios existe toda una economía moral (Thomson, 1971) que impulsa a las mujeres a mostrar su agradecimiento, entre otras formas cumpliendo las normas y evitando la queja, lo que hace que la capacidad de las personas para actuar según sus deseos y voluntades se vea socavada. No obstante, las mujeres pueden construir un espacio para expresar sus propias voces en el entorno digital. En marzo de 2023, el albergue de mujeres comunicó al pequeño grupo de residentes que entonces vivía allí que debían dejar el albergue a principios de abril. Antes de hablar entre ellas en los espacios comunes, donde podían ser oídas, y para ocultar lo que podía ser entendido como ingratitud, las mujeres hicieron un grupo en WhatsApp para expresarse libremente entre ellas.
Las prácticas digitales relativas al entretenimiento, la práctica religiosa o las comunicaciones con las familias ayudan a sostener la espera en sí suspendiendo la temporalidad impuesta en estos contextos y, además, impulsan aumentos relativos de la capacidad corporal frente a las disminuciones que generan el proceso de asilo mediado por lo digital y los horarios y normas de los albergues.
A partir de la propuesta de Hannah Morgan (2023), este artículo muestra cómo la gobernanza migratoria dispuesta por Estados Unidos se vale de los medios digitales produciendo y reproduciendo afectos entre las mujeres mexicanas solicitantes de asilo. Las personas que se encuentran en México a la espera de obtener asilo en Estados Unidos disponen de una aplicación en sus teléfonos inteligentes para comenzar el proceso. CBP One es una materialización de la frontera. El uso de la aplicación debe analizarse teniendo en cuenta el espacio social donde se produce. Los albergues donde residen imponen horarios y normas que, junto a la opacidad y la desorientación temporal que impone la interacción rutinaria con CBP One, hacen que la espera se viva con desesperación, estrés y desánimo. A través de la experiencia de las mujeres solicitantes de asilo, este artículo ha evidenciado cómo la gobernanza migratoria no solo se ejerce conteniendo (Tazzioli & Garelli, 2020), desorientando (Tazzioli, 2022), produciendo movilidad (Hess, 2012) o atrapamiento (Odgers-Ortiz, 2024; Odgers-Ortiz et al., 2023) sino también a través de la circulación de afectos con la intención de disuadir a las personas solicitantes de asilo.
CBP One y los estrictos horarios en los albergues hacen que la experiencia del tiempo de las mujeres se caracterice por su lentitud. Para hacer frente, aunque sea de un modo efímero, a la temporalidad impuesta (Morgan, 2023), las mujeres mexicanas hacen uso de sus smartphones. Las prácticas digitales relativas al entretenimiento, las prácticas religiosas y, sobre todo, la comunicación con sus familiares, son fundamentales para suspender, aunque sea por breves espacios de tiempo, la temporalidad que experimentan y generar y hacer circular afectos como la esperanza o el consuelo. Sin embargo, su movilidad en el entorno digital es limitada. Para contener las posibilidades de ser amenazadas o ser encontradas por sus perseguidores, y con ello tratar de enfrentar el miedo, frecuentemente limitan el uso de redes sociales o, incluso en algunos casos, pueden llegar a deshacerse de sus smartphones. Ellas se mueven entre la conexión y la desconexión. Además, limitan a unas pocas sus comunicaciones con las personas que se han quedado en sus hogares y gestionan la información que dan. Estas conexiones son simultáneamente dolorosas y alentadoras. Más que evitar la vigilancia estatal en sus desconexiones, las mujeres se preocupan por la vigilancia que sobre ellas pueden ejercer quienes las amenazan. A través de estas (des)conexiones, las mujeres bloquean parcialmente sus pasados y se orientan hacia el futuro.
Pero estos afectos también influyen sobre la capacidad de actuar de las mujeres mexicanas. Ellas sienten miedo a ser encontradas, lo que intensifica la desesperación que sienten ante el proceso de asilo. Estas circunstancias ayudan a entender la sensación de seguridad que experimentan al interior de los albergues, aunque están lejos de ser vistos como un hogar. Con frecuencia evitan salir de los albergues, se contienen, para protegerse en ellos, pero entonces se someten a las normas de los espacios de espera sacrificando sus voluntades y sometiendo el cuerpo a los ritmos lentos de la espera que impone la aplicación digital, con sus efectos de opacidad sobre el tiempo, y la organización temporal de los albergues. En estos contextos, las capacidades de sus cuerpos para actuar se ven reducidas y las prácticas digitales son formas recurrentes de enfrentar estas formas de inmovilidad.
Este caso ha mostrado los encuentros entre el Estado y la vida de las mujeres mexicanas solicitantes de asilo reconociendo el lugar que ocupan las prácticas digitales en contextos migratorios en la actualidad (Morgan, 2023). El texto evidencia que las posibilidades afectivas (Twigt, 2018) de dispositivos como los smartphones no se entienden si no es teniendo en cuenta los contextos específicos donde estas podrían materializarse. Además, analizar las prácticas de las mujeres mexicanas desafía la tendencia a representar a las mujeres migrantes como pasivas frente a la actividad de los hombres (Greene, 2020). Por último, al reconocer formas de desconexión dentro de las prácticas digitales de las solicitantes de asilo mexicanas, este artículo escapa de cierta tendencia utilitarista que apunta a la conectividad permanente los migrantes y, a su vez, de una representación simplista de la otredad (Awad y Tossell, 2021).
El caso de las mujeres mexicanas solicitantes de asilo puede presentar características comunes con otros, sobre todo en la forma en que los afectos hostiles circulan entre el smartphone y los solicitantes de asilo y son experimentados por ellos. No obstante, es necesario rastrear otras prácticas digitales entre hombres, miembros de los colectivos LGTBIQ+ o mujeres de otras nacionalidades para obtener un panorama completo de las formas en que, en la frontera norte de México, las prácticas digitales se despliegan en favor de hacer la vida más llevadera en un contexto de gran hostilidad afectiva administrada por el Estado.
Esta investigación se ha llevado a cabo gracias a la asesoría de la Dra. Olga Odgers Ortiz. Se agradece también la participación de las personas entrevistadas y responsables de albergues y las recomendaciones a las personas que han revisado este artículo de manera anónima. La investigación se ha llevado a cabo gracias a la financiación de Conahcyt en la convocatoria de Estancias posdoctorales por México (modalidad académica).
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